martes, 30 de octubre de 2012

Elephant de Gus Van Sant

Mirar la cotidianidad

Elías Nieto

Gus Van Sant es un director de "atmósferas", un director que privilegia el desplazamiento de sus personajes en determinados espacios cargados de colores sólidos que se contrastan con sonidos tan propios y tan extraños a la vez. En este punto me recuerda el trabajo de Michael Haneke en su película Escondido, pero a diferencia del alemán, Gus no busca  atolondrarnos, no trata de manipularnos hasta hacernos sentir culpables de las intrigas que sufren sus atormentados personajes, al contrario, lo que busca es adormecernos como espectadores y se limita a "mostrar" sin ninguna otra intención que el de  generarnos más dudas e interpelaciones sobre a vida misma.
Como cuatro años más tarde lo va hacer en Paranoid Park, Gus Van Sant en Elephant despliega un conjunto de recursos apelando a lograr el mayor realismo posible. Cada escena de la película se encuentra dotada de los elementos más triviales de la vida. La cotidianidad en la que los personajes se desplazan está arraigada en sus conversaciones que van desde las atracciones físicas hasta la complicidad de una bulimia en los baños. Estos personajes son adolescentes norteamericanos de una clase acomodada que viven en la mera superficialidad hasta que un día a dos de sus compañeros se les ocurre ingresar al Instituto  para asesinarlos.

En la película importa poco lo fidedigno del guion con respecto a los acontecimientos ocurridos en la matanza del Instituto de Columbine, lo que realmente vale la pena es ver como los personajes, sacados de la realidad e insertos en la película con sus propios nombres, carecen de personalidad y no hacen más que vivir en lo cotidiano, están carentes de toda particularidad, de ahí que la cámara los siga de espaldas para mostrarnos pasillos y ambientes ante los cuales ellos no parecen reaccionar porque ya forma parte de su vida, no es más que seguir la misma rutina de todos los días. Las impresiones fotográficas que hace Elías, el rechazo que sufre Michelle, la pena que siente John, las acostumbradas excusas de Nate y su novia Carrie y la banalidad de las conversaciones de Brittany, Nicole y Jordan; se verá alterada únicamente por la peor de las violencias, sin embargo, incluso esta violencia parecerá ser algo más de lo cotidiano.

Es tal el clima monótono que nos muestra la película, que cuando la violencia se patentiza en  las acciones de los adolescentes asesinos, pareciera ser parte de sus  videojuegos contrastados por la sosegadora música de un piano. Esta violencia Gus Van Sant no trata de explicarnosla, no busca que tomemos partido por los motivos en la decisión de un crimen o que indaguemos en la trama alguna conducta patológica que nos dé respuestas psicológicas, sino que cada uno de nosotros saquemos nuestras propias conclusiones mientras asistimos a una maquinal descarga de balas.
Con un fabuloso contrapunto narrativo y una múltiple ocularización, Elephant también puede leerse como una intrahistoria que cuestiona muchos puntos flojos del sistema social norteamericano, al fin de cuentas, todas las lecturas son válidas para una película tan fascinante . 
Su carente linealidad en el orden del discurso contrasta con su tono lírico, como cuando abre y cierra con el plano de un cielo que se ensombrece para llenar el espacio de un total extrañamiento.
El cine de este director sin lugar a dudas nos invita siempre a mirar la cotidianidad como un fenómeno que nos engulle día a día.

martes, 23 de octubre de 2012

Explicación falsa del cuento «Muebles “El Canario”» de Felisberto Hernández

Elías Nieto


Mi primer encuentro con Felisberto Hernández se produjo hace más de nueve años,  ha sido de entre todos los encuentros que tuve, la ceremonia de iniciación que he tratado de prolongar por el resto de mi vida. Había leído a Horacio Quiroga, Cortázar y  Borges pensando que la literatura rioplatense tenía en estos tres genios a sus máximos exponentes de lo fantástico, sin embargo, llegó Hernández a mi vida para cambiarlo todo.
Nuestra narrativa ha contado con escritores fundacionales, escritores “islas” que sin constituir necesariamente un cenáculo (salvo Borges con lo del ultraísmo, aunque parecía que el argentino hacía todo solo) han colocado las  piedras angulares para su posterior desarrollo. Así como Yurkievich considera que Vallejo, Huidobro, Borges, Neruda y Paz son los “Fundadores de la nueva poesía latinoamericana”, muchos críticos coinciden en que Borges, Rulfo, Carpentier y Guimarães Rosa análogamente lo son de la narrativa latinoamericana. A estos nombres habría que sumar indiscutiblemente el de Felisberto Hernández, pues sus influencias parecen notarse cada día más en los escritores jóvenes que incursionan en la literatura fantástica, recordemos sino las sólidas opiniones de maestros como Cortázar y Onetti quienes lo consideran como uno de los más “brillantes” exponentes del género.
No obstante, Onetti llama la atención con respecto al desconocimiento de la obra de su compatriota, pues hasta el día de hoy, en muchos países, Hernández sigue siendo un autor de cofradías y grupos muy cerrados, a pesar de que muchos creen fervientemente que pronto gozará del mismo reconocimiento con el que hoy goza otro autor de cofradías como lo es Roberto Bolaño.
Mi ceremonia de iniciación estuvo cargada de los lamentos de la viuda del balcón, del dolor por algo que dejará de existir, de las lágrimas del Cocodrilo y de los pesares del concertista de piano que hasta ahora no deja de causarme, por muy extraño y contradictorio que parezca, profusas carcajadas, sobre todo la parte en la que el ñandú se traga su corazón verde. Sin embargo, de entre estos primeros cuentos que leí, el que más me llamó la atención fue sin duda «Muebles “El Canario”» que se encuentra el libro Nadie encendía las lámparas, ya que  logré vislumbrar una serie de constantes en la narrativa del uruguayo que me llevaron a indagar el sentido de las estructuras múltiples que sostienen su narrativa.
Es pues, el arte de Felisberto, un universo cargado de admirables ontologías, de miradas psicoanalíticas que, a través del discurso, logran generar atmósferas de lo más inquietantes. En su narrativa no podemos separar la memoria de lo fantástico, pues esta última se insertará en situaciones de las más cotidianas que conllevarán a prestar más atención en el tratamiento y en la historia, que en algún final sorpresivo. Ante lo absurdo, los personajes no parecen extrañarse; al contrario, se vuelcan al recuerdo y su búsqueda, que se da mediante la memoria, no podrá asir el espacio ni el tiempo pasado y por lo tanto la conformación de la subjetividad en relación con la consecuente búsqueda será muchas veces nula y no quedará otra que beber de lo ilógico.
Ahora bien, hablar de lo fantástico en los cuentos de Felisberto resulta de por sí conflictivo, ya que nos lleva a la problemática misma de la conceptualización del género fantástico en la literatura. Para ello, considero imprescindible los aportes de Todorov, quien sostiene que el género fantástico se encuentra entre lo insólito y lo maravilloso, solo se mantiene el efecto fantástico mientras el lector duda entre una explicación racional y una explicación irracional. Asimismo, rechaza el que un texto permanezca fantástico una vez acabada la narración: es insólito si tiene explicación y maravilloso si no la tiene. Según él, lo fantástico no ocupa más que "el tiempo de una incertidumbre" hasta que el lector opte por una solución u otra.
En este sentido, en el cuento «Muebles “El canario”» encontramos los elementos descritos por Todorov que serán legitimados, estilísticamente hablando, por el tipo de narrador, ya que lo contado no se cuestionará por estar legitimado por la realidad ficticia.
Lo interesante ahora es bordear los sentidos múltiples del cuento en base a lo fantástico, descubrir que la realidad solo existe en virtud a los elementos desplegados en el cuento, los cuales, a través de metáforas, traducen las representaciones simbólicas presentes en nuestra sociedad.
«Muebles “El Canario”» es un cuento breve que empieza con las palabras de un narrador homodiegético hablando desde un futuro: “La propaganda de estos muebles me tomó desprevenido”, es importante destacar que esta frase inicial nos causa cierta incertidumbre, nos anuncia algo parcialmente extraño, pues el término “propaganda” entendida como una acción de dar a conocer algo con el fin de atraer, se mezcla con la sorpresa enunciada por el narrador, quien nos relata su vuelta a la ciudad en el tranvía, cuando de pronto, un tipo sin mediar explicación alguna le introduce la aguja de una enorme jeringa. Le llamó la atención que en la jeringa dijera “Muebles El Canario”. Queda desconcertado y se trata de plantear una serie de explicaciones ya que se avergüenza de preguntárselo a los demás pasajeros que se mostraban sonrientes y aún ansiosos como la gorda que reclama su respectiva dosis.
 Al llegar a casa, mientras ciertas ideas lo perturban y no lo dejan dormir, oye el canto de un pajarito y posteriormente una voz que anuncia la transmisión de la difusora “El Canario” que explicaba la cuota de sus muebles y refería que pronto transmitiría un tango. Sorprendido, no encuentra el modo de apaciguar la transmisión, y al contrario la escucha con más nitidez. Desesperado sale a la calle a buscar alguna solución a su problema en los diarios, pero opta por tomar un tranvía. Ahí se encuentra con un hombre que estaba inyectado a un grupo de niños. Le pregunta por la forma de anular el efecto de la inyección. El hombre le menciona la existencia de las tabletas “El Canario”, en tanto la transmisión sigue mortificando al protagonista. Este, sin embargo, anhela una solución rápida, y entonces por medio de un insignificante soborno, le terminan revelando que el secreto para cortar la trasmisión  es darse un baño de pies bien caliente.

Una primera mirada nos remite al mundo de lo absurdo e ilógico, en el que nos encontramos con un claro componente de alienación, el narrador es un extraño en su propia ciudad. Esto como directo producto de una sociedad globalizada que genera la liberación de las relaciones sociales respecto a los contextos locales de interacción.
El tranvía en el que viaja, representaría la Posmodernidad, caracterizada, en este caso, por bombardearnos con nuevos modelos de consumo y por una omnipresencia de la publicidad y los medios de comunicación. Nuestro narrador se encuentra entonces dentro de esta dinámica, denominada por Jameson como la lógica cultural del capitalismo tardío.
El protagonista, sorprendido, ignora los mecanismos de la publicidad móvil que se constituye como un elemento esencial de la cultura posmoderna. No conoce las reglas del juego y aturdido es vencido por una honda vergüenza. No puede escapar ni evitar la publicidad, no tiene voz ni palabra que se oponga al caótico fenómeno. Trata de inventarse explicaciones inverosímiles, en lugar de reaccionar de alguna manera.
La sonrisa complacida de los pasajeros nos muestra el conjunto de sujetos que conforman las nuevas clases medias, que de acuerdo a Pierre Bourdieu, están en constante lucha contra los grupos dominantes más antiguos y que en el cuento tiene a la pasajera gorda como su máxima exponente quien ansía desesperadamente la inyección publicitaria,  ya que lleva en sí misma  los objetos culturales posmodernos que con su actitud trata de hegemonizar frente a toda la sociedad. Para los pasajeros en suma, el consumir ha llegado a ser mucho más importante que el de producir.
Una de las explicaciones que se trata de dar  nuestro protagonista  es que “de cualquier manera estaba seguro de que no se permitiría dopar al público con ninguna droga”. Esta respuesta es al que muchos tratan de creerse frente a la boyante publicidad que invade nuestras vidas; sin embargo, ¿qué prohibición real existe en una sociedad de consumo si la palabra, en términos de Lacan, funciona como un intercambio simbólico?
El grupo social en el que de desplaza nuestro narrador está constituido por el efecto del significante. Una vez que la publicidad ha sido inyectada, la lógica del consumismo ha entablado su voracidad mediante “la palabra”, pues con esto, el sujeto se encuentra alienado de su necesidad e inserto en el deseo. El consumo busca constituirse como el acto humano de llenar una carencia, una falta o un vacío permanente.
En el cuento, aparentemente, a diferencia de lo que sostiene Bourdieu, sí es necesario recurrir a la coerción para legitimar el sistema social; sin embargo, es una coerción en apariencia, ya que el hombre que inyecta la publicidad piensa que el protagonista vive bajo el sistema,  de ahí su interrogante: “¿No le agrada la transmisión?”
Ahora bien, ¿por qué trasmitir la publicidad de unos muebles?, ¿por qué no la de un televisor, una marca de ropa o  una cocina equipada con los últimos avances de la tecnología en la que el cuento está ambientado? La respuesta nos permite abordar una  de las tres perspectivas del consumo cultural que elabora Featherstone, quien sostiene que los sueños y deseos  se proyectan en las imágenes del consumo cultural. De esta manera, un mueble genera un placer aparentemente estético en el sujeto que le debería impulsar a sentirse reconfortado y a mostrar una imagen de lo que es a través de lo que consume.
A  diferencia de los otros personajes, el protagonista se resiste a la dinámica posmodernista. Busca una solución desesperada subiéndose a un tranvía en el que encuentra con un empleado de “El Canario” quien está inyectando publicidad a un grupo de niños. Una lectura lineal nos daría a entender la vulnerabilidad que sufren los niños frente a la publicidad, sin embargo,  podemos interpretar el hecho, siguiendo nuestro análisis, como la anulación de las variables tradicionales de edad. Ahora todo se construye en base a los productos de “El Canario” y todo marcha hacia una sociedad sin grupos de estatus fijos.
Llegamos hasta el punto más desesperante, el narrador-protagonista requiere una solución rápida y efectiva, un servidor, agente vinculante del consumismo, le recomienda tomar las tabletas producidas por “El Canario”, en otras palabras, la propia enfermedad viene a ser la cura, de esta manera la vida parece reducirse al mero consumo. Esta cadena nos plantea que el consumo se ha transformado en un proceso que supone la construcción simbólica de un sentido de identidad tanto individual como colectivo.
Finalmente, existe una salida extra propuesta por el mismo agente vinculante del consumismo, la cual consiste en “darse un baño de pies bien caliente”. La situación parece desmoronarse ante un final que nos puede sacar una sonrisa, pero que en el fondo connota el sentido mismo de la manipulación de los signos en la lógica del consumo, y su capacidad de transmitirse a través de la palabra, lo que nos lleva a adoptar la posición de Baudrillard, ya que el consumo no se puede conceptualizar como un proceso material, sino como una práctica en la que no se consumen los objetos, sino las ideas.
«Muebles “El Canario”», es pues, un cuento que sin lugar a dudas nos propone una infinidad de lecturas que, desde diferentes enfoques, nos otorga una mirada crítica a la realidad a través de lo fantástico, aunque siempre he pensado que todo esto no es más que una explicación falsa de los cuentos.

viernes, 19 de octubre de 2012

El amor trágico en la novela Lirio rojo de Vargas Vila



 Ángel Palacios


Solitario, trágico y rebelde, José María Vargas Vila (Bogotá, 1860 – Barcelona, 1933), ha sido uno de los escritores universales más geniales que han podido existir. Fue desterrado de su patria en 1887, excomulgado y prohibido de ser leído por el Vaticano después de la publicación de Ibis (1900), su obra más polémica. Se le recuerda mucho también por su negativa de arrodillarse ante el papa León XIII cuando era ministro plenipotenciario de Ecuador en Roma. Declarado amoral y demonizado por su crítica radical al cristianismo. Es quizá uno de los genios más intensos y lúcidos que ha dado hispanoamérica. Considerado el primer autor de best-sellers en español, su obra bordea los 100 títulos entre poesía, ensayo, periodismo, historia y cerca de 60 novelas que han sobrevivido a innumerables ediciones populares casi siempre piratas.
Lirio rojo (París 1904), la segunda de sus novelas que forma parte de su famosa trilogía de los lirios, es una historia de amor asediada ya desde sus primeras páginas por los acontecimientos del dolor y la tragedia. El amor y la existencia humana aparecen en el libro configurados de modo fatal, irredimible y crudo.
Esta es una novela de amor y de arte.  Aquí se cuenta la vida artística de un pintor que a la forma de un poeta gráfico romántico emprende un viaje a Roma donde descubre el amor en sus formas más intensas y trágicas,  asediada de violaciones, pasiones, suicidios, celos, huidas y desgracias. La narración se sostiene en todo momento sobre el impulso inevitable del vértigo; cada párrafo, cada página se descubre embalsamada por una irremediable melancolía. La ampulosidad trágica de sus líneas recarga sensaciones de ansiedad y melancolía en el lector y se hace imposible rehuir esa urgente carga cromática de dolores.
El amor es la mujer y la mujer cruza por el interior de estas páginas como pasa siempre por la existencia de los hombres: involuntaria y trágica; sobre todo el dolor del amor traspasa el acre goce de una tristeza transitoria o de una melancolía suave, para disponerse la figura de un dolor eterno hasta los límites de la enfermedad, de la locura y la patología; entonces, el dolor del genio se convierte en la más violenta y la más feroz de las armonías. La mujer se vuelve esa síntesis de agitaciones pasionales, preludios, celos, belleza, dolor y crimen; y el horror último de la tragedia inexorable sentencia al amor como una desgracia desnuda y tétrica, como un grito de angustia que puebla el mundo y la existencia humana se desnuda para mostrar su realidad de fango y lágrimas.

jueves, 4 de octubre de 2012

Российская шрамы O EL ROSTRO DE LA CICATRIZ

Santiago Nasar



Ella paseó su grácil cuerpo esbozando figuras alrededor de las fieras. Ellas, en su nuevo rol de acróbatas, deberán superar la competencia circense que ofrecen las vacas futbolistas de Valentina Símonova.  Ella ensayó el acto innumerables ocasiones, pero  ni su indumentaria y ni el soberbio moño que lleva pudieron  celar sus nervios. Ellas observarán inquietas el atuendo de la engalanada. Ella dio sus últimos pasos,  con una mueca de actitud seria se cruzó de brazos, en seguida ordenó: “¡A pararse!”. Ellas entonces rugirán de descontento. Ella vio como el público efervescente se desborda con profusas aclamaciones. Ellas identificarán a su amo Lósif, quien ingresará con un látigo en la mano, dará vueltas y les gritará una serie de anatemas. Ella reconoció la señal que se anunció por los altavoces: “Todos de pie, lo que estábamos esperando, señoras y señores…”

El año que  Liudmila terminó sus estudios en El Instituto Estatal de Cinematografía de Moscú, vivía en la casa de sus padres esperando que su prometido Iván Tornakobsky regresara de Ekaterimburgo una vez terminado el invierno. Hija del coronel Grigóriev Kravtsov y de la pintora bielorrusa Kolia Trachova, la pequeña Mila, como la llamaban de cariño, heredó una mezcolanza de marcialidad y genio que tempranamente la hicieron  destacar por ostentar un impetuoso ánimo de poderlo todo. Su instintivo talento la mantuvo ligada desde muy niña al mundo de la élite rusa; y en cuanto veían sus largas manitas y risa cándida, no dudaban en señalarla como sucesora innata de la madre; mientras que otros al verla rechazar impúdicamente a media docena de cortejantes afirmaban que sería como el padre. La plenitud de su vida le llegó cuando aún paseaba por salones atiborrados de artistas de todo género. Y cuando ya todos sentenciaban que desplegaría su genialidad sobre la pintura, llegó el cine a su vida para cambiarlo todo.
No había optado aún por si seguir la línea de El acorazado Potemkin o la de Octubre, cuando fue seleccionada, al igual que ocho jóvenes directores por “Debut”, un grupo de avezados cineastas, para  producir las nuevas películas del cine soviético. El reto consistía en que cada integrante escribiera el propio guión de su película.
Una tarde, junto a dos de sus mejores amigas Liudmila asiste a la matiné del circo ucraniano recién llegado a la ciudad. La estrella, un joven domador, danza acompasadamente un tango con una enorme leona. A diferencia de sus amigas, ella queda prendada de los tristes ojos del domador. Terminado el número, todos dan vivas al atractivo y esbelto joven, quien se retira cabeza en alto.
Luego de haberse escurrido entre tragasables y saltimbanquis, lo encuentra recostado en un amplísimo lecho  de terciopelo.
-         Es usted muy…, muy valiente –balbucea Liudmila, que acaba de percatarse de que el joven artista está completamente desnudo. “Que me trague la Tierra” –se dice- y sale corriendo del circo.

Lósif sostiene a su mujer, quien conserva los brazos horizontalizados en un afán de simular una valla plegable. La leona que tiene el primer turno en dar el salto menea la cabeza como calculando la exactitud de su tranco. ¡Date prisa, ya no resisto más!, y las carcajadas los envuelven hasta hacerlos tambalear. ¡Ya! Y la leona con un timorato impulso por fin despega. En cámara lenta la vemos elevarse, el plano que nos muestra su aurea pelambre alborotada por el viento se intercambia con un mohín de último segundo.  La cabeza de la mujer se estremece ante el directo zarpazo de la fiera. La embestida al rostro se rebobina y van quedándonos cada vez mas detalles del profuso impacto.

No se lo ha contado a nadie, ni siquiera a Bela, su confidente. El recuerdo del cuerpo tendido dorsalmente no deja de venírsele a la mente, el borrador de su guión está retrasado; los de Debut están impacientes.
Se pasa horas  viendo nostálgicamente con dirección al circo. Una de aquellas tardes donde el viento moscovita parece lamerte los huesos, una sorpresiva idea asalta su mente: “haré una película sobre él…”

Un silencio pervierte al absorto público. La mujer de Lósif está en el suelo cubriéndose el rostro.  La sangre triunfa ante la presión de la mano. Lósif corre y trata de levantarla, pero antes del contacto su mujer se desvanece. La gente grita alborotada. Nadie sale de su asombro al ver que la herida del zarpazo cruza  de la frente al mentón.

-         Esa tarde, Natuska había escuchado sobre un lugar en las afueras de Leningrado donde los niños recibían alimentos. Papá no tuvo valor para prohibirnos ir allá. Recuerdo como mamá nos abrazaba y escondía su rostro lleno de lágrimas.  Pidieron a Natuska que me cuidara mucho. Salimos por la noche y aunque la nieve había dejado de caer, el frío nos aguijoneaba la planta de los pies. Todo el tiempo mi hermana me cogía de la mano muy fuerte y cuando le decía que me dolía, ella me entonaba esas alegres canciones que solía enseñarles a los niños mucho antes de que llegaran los alemanes.  Al aclararse el día, encontramos una vieja cabaña de la que se elevaba una extraña columna de humo negro. Traté de tirar de la mano de  Natuska e ir a donde venía ese olor a chamuscado, pero mi hermana me sujetó muy fuerte y me dijo –No, debemos quedarnos aquí-. Dejé de tirar porque conocía ese tono sentencioso. Estuvimos de pie un buen rato, yo abría la boca y tragaba todo el aire que podía. Mi hermana al ver lo que hacía, me tomo de los brazos y riendo me dio un fuerte abrazo. Permanecimos  así hasta que vimos aparecer a lo lejos un trineo. Lo primero que me sorprendió fue descubrir las deprimentes figuras de los tres niños que lo jalaban. Les preguntamos quienes eran y el más grande fue el único quien pareció tener ganas de respondernos –Me llamo Alexandr y estos son Yuri y Nicolái-   dijo, señalando a los que lo ayudaban –, los de atrás son mis hermanitos- y, entonces recién pude percatarme de los bultos que se acurrucaban bajo una viejísima manta.
Por la forma en que miraron la cabaña, se notaba que no comían hace días. No me animé a enseñarles la forma en que me comía el aire. Alexandr y mi hermana intercambiaron una mirada cómplice y entonces él pidió que les acompañáramos a la ciudad. Años después recién comprendí la mirada que mi hermana le dio a Alexandr, el olor que provenía de la cabaña era de carne humana. Una patrulla de soldados alemanes encontró en la cabaña a un grupo de pobladores devorando cadáveres; los asesinaron y luego les prendieron fuego junto a los otros cuerpos.
Mi hermana me subió al trineo y se ofreció para ayudar a jalarlo, a Yuri y a Nicolái parecía no importarles, pero Alexandr no se lo permitió. Él nos dijo que habíamos abandonado la mina de oro, pues  Leningrado resultaba ser el único lugar cercano en el que aún podía conseguirse alimento. Los  padres  de todos trabajaron de obreros de una fábrica de zapatos antes de irse a la guerra. No sabían si aún seguían con vida, a pesar de que Nicolái repetía hasta el cansancio que su padre se fue al Congo a traer  leones para fundar un  circo en Ucrania. Y de Nicolái, todos afirmaban que el hambre le había desorbitado los ojos y subido las tripas a la cabeza, para que hablara tanta fantasía sobre su padre en medio de ese infierno.
Caminamos todo el día, justo antes de llegar a la ciudad se desató una tormenta. Bajé a los hermanos de Alexandr y todos juntos empujamos el trineo. El arco del patín se atascó en la nieve. Todos los grandes se fueron a buscar palos al bosque. Me dejaron al cuidado de los pequeños. Esperamos un buen rato, nos acurrucamos al escuchar el sonido lejano de unas bombas. Di unas pestañeadas hasta que vi aparecer a Nicolái; traía la pierna llena de sangre. Se tendió junto a nosotros y antes de que pudiera hablarme empecé a abrir la boca y a tragar todo el aire frío que podía. Sólo veía moverse los labios de Nicolái, pero en el fondo entendía muy bien lo que me decía: “estábamos los cuatro sobre un lago congelado, de pronto el hielo se rompió y vi que tu hermana junto a Alexandr y Yuri caían al fondo, los vi hundirse agitando los brazos y de pronto ya no estuvieron más, habían desaparecido para siempre…”

¿Una película sobre ese tipo? ¿Acaso te has vuelto loca? ¿No te das cuenta que puedes arruinar la única oportunidad que te da la vida? ¿Tu madre no sabe nada de esto, verdad? Claro, cómo podría saber que todas las tardes su linda hija va al circo a observar a ese… ¿Cómo llamarlo? Quizá tú puedas ayudarme en catalogar lo que hace tu…

Gotas de sangre sobre una azulada pista de hielo. El intenso sonido del viento. Enfoques temblorosos y nerviosismo en el encuadre. Lósif se despierta. Recuerda que antes de dormirse interrogaba a enfermeras y médicos por su mujer. Todos le repetían hasta el cansancio que estará bien, que no morirá, que con una reconstrucción facial bastará; pero Lósif no puede aceptarlo, no quiere, y entonces se levanta y camina por el desierto pasillo en el que reina el silencio, un silencio que le recuerda su infancia, pero Lósif no puede llorar, así que abre la boca lo más que puede y empieza a tragarse todo el aire del lugar. Está solo, en el difuso pasillo de un hospital. La cámara se va elevando poco a poco para mostrarnos que el hospital está en medio de un bosque. Está nevando y aún se puede ver abajo a Lósif abriendo la boca. Aparece el primer crédito: “dirigido por Liudmila Grigóriev” y pasan uno a uno a todo el elenco…

Maravilloso mi niña hermosa, siempre confié en ti, Liudmila. ¿Escuchaste la infinidad de halagos? No tienes que prestarles atención a todos, es más, sólo escucha las críticas mas audaces. Esas como las que dicen que en tu película se refleja la sociedad rusa y que  la leona representa al imperio yanqui o al propio Jrushchov, esas son las voces autorizadas para hablar sobre tu película. Las otras están muy por debajo de lo que merece la mejor directora soviética de todos los tiempos. Yo siempre te lo dije, una piedra cualquiera puede llegar a convertirse en la más esplendorosa pieza de arte, todo dependerá del tallado que se le dé y de las manos del escultor, perdón,  escultora…

-         Los cuatro corrimos dejando el trineo. Nicolái parecía ser el más temeroso, yo le dije que solo deseaba buscar a mis padres. La tierra no dejaba de temblar por la cercanía de los tanques. A lo lejos, en la montaña, los soldados de nuestro país se replegaban, parecían hormigas sin su reina.
Años después me enteré que el primer bombardeo había matado a mis padres mientras hacían cola para obtener agua de una pileta en la calle. No quedaron ni sus huesos, pero en ese momento yo quería ir a ver. Después de lo que pasó con Natusca ya no tenía miedo a la muerte, quería estar con ellos. Salí del escondite y quise correr a la ciudad sobre la que aún caían bombas. ¡No nos dejes, Lósif!, me suplicó el más pequeño de los niños y dudé si tirar de su mano y correr a los brazos de la muerte o decirles que a mí fue al que dejaron, me dejó mi familia y yo tendría que alcanzarlos. No pude nada. Los tanques avanzaban hacia los extremos de la ciudad. La noche se insinuaba tímidamente, como si igualmente temiera ser bombardeada. “Ven con mi familia, viviremos en el circo con los leones” me dijo Nicolái y entonces los cuatro, juntos, esa noche dormimos bajo un bloque de acero con olor a pólvora que se metió hasta nuestros pulmones. Esperábamos que el día asomara para irnos a no sé donde, sólo esperábamos irnos quizá al África, a Ucrania o fuera del mundo.

Todos desean fotografiarse con ella. Los productores confirmaron contratos para Europa y América. Los flashes la proclaman famosa. Ella sonríe saludando a todo el mundo, pero en el fondo sabe que las cámaras no buscan retratar a la directora de tan buen filme, sino a la mujer que sobrevivió al zarpazo de una fiera y llevó esa experiencia al cine. Se pasa la mano por el rostro, palpa su inmortal estigma y entiende que esa extensa cicatriz no le quitó su belleza, al contrario, le dio un nuevo nombre, un nuevo poder. Hoy, a pesar que ve con un solo ojo y casi no tiene nariz y mejilla derecha, se siente bien consigo misma; “eso es lo importante” no deja de repetirse unas cien mil veces por día.