Elías Nieto Raymundo
La
primera película de Woody Allen que recuerdo haber visto fue Annie Hall, e inmediatamente descubrí la
existencia de un tipo de comedia en Hollywood que fuera capaz, apelando a una dosis de cultura
intelectual, de mostrarnos que la vida es una risible tragedia. Después vino Manhattan e Interiores,
pero fue realmente con La rosa púrpura del Cairo que llegué a la
conclusión de que el escéptico Woody podría enseñarnos, como lo afirma Gérard
Genette, un modo particular de metalepsis mediante el cual podemos conectar
nuestro mundo “real” con el mundo ficcional de la diégesis fílmica.
El
año pasado, Woody Allen brilló por su ausencia (no por cábala) en la entrega de
los premios Óscar en la que fue galardonado con una estatuilla por el “Mejor guion
original” de Medianoche en París,
película que justamente le ha valido el mayor éxito comercial en su vida como cineasta.
De A Roma con amor a Medianoche en París hay un enorme abismo,
como los hay con Vicky Cristina Barcelona
y otras de sus últimas películas. Este abismo no se da únicamente en el
nivel de la película, sino en la comparación de cada uno de sus elementos que
van desde el guion hasta el manejo de los actores, como por ejemplo el
trabajo de una Penélope apasionada y
atormentada a la misma vez hablando español y al lado de Javier Bardem dista mucho de su papel
como prostituta de la upper class.
A Roma con amor nos muestra cuatro historias distintas, en este post voy
a referirme solo a una de ellas: la de Leopoldo Pisanello, interpretado por el
recordado Roberto Benigni (ganador de un Óscar en 1998 por mejor actor gracias
a su trabajo en La vida es bella), quien siempre resulta
ser una garantía para arrancarnos una sonrisa.
Mario
Vargas Llosa refiere en La
civilización del espectáculo, que la chismografía es uno de los factores
clave en el entretenimiento que nos brindan los medios de
comunicación; el inmiscuirse en la vida de las personas y mostrarnos sus
trivialidades como si fueran acontecimientos trascendentales es la tarea que parece
haber asumido la prensa en los países occidentalizados.
En
este análisis, Vargas Llosa se refiere a Woody Allen como un cineasta de
ingenio (por oposición a uno de “inteligencia”, como Buñuel), y creador de
banalidades. En este punto no concuerdo plenamente con el autor de Conversación en la Catedral, de la misma
forma que discrepo con su abierto desprecio contra los aportes de los posestructuralistas
franceses. Vargas Llosa considera que el cine es un medio artístico, al igual que la literatura, puramente de
construcción intelectual, en el que está prohibido el humor por no contribuir con la crítica; sin
embargo, ¿qué pensará Vargas Llosa sobre algunas de sus novelas como Pantaleón y las visitadoras y Elogio de la madrastra en relación a tales afirmaciones?
A
pesar de esto, la lectura que Vargas Llosa nos ofrece en su libro, nos la
muestra también Woody Allen en su película, lo único que cambia es el código y la manera particular de ver las relaciones humanas en el mundo de hoy.
El humor nunca ha sido un impedimento para la crítica, al contrario,
es una de las pocas formas que tenemos los seres humanos, según Freud, a través de la cual nuestro inconsciente puede
negar la realidad y presentarnos una gama de deseos inducidos muchas veces por el medio en el que nos encontramos.
En relación
a esto, la historia de Leopoldo Pisanello, personaje estereotípico, no es más
que un ciudadano romano de a pie, un hombre engullido por la rutina, un hombre
común, con ideas comunes. Es un hombre a quien nadie escucha, va
al cine con su esposa y ni ella le presta atención, sus palabras son ignoradas
por todos, simplemente porque es un “don nadie”.
Sin
embargo, todo esto cambiará de la noche a la mañana. Leopoldo sale como todos
los días de su casa para ir al trabajo y en la puerta se encuentra con un grupo de reporteros desenfrenados que se pugnan por
sacarle unas palabras. Una de las preguntas que le hacen en un estudio
televisivo es “¿Prefiere el pan tostado blanco
o el integral?”, interrogante que vincula la labor de la prensa hoy en día
en nuestra sociedad, la exhibición de las nimiedades son llevadas a los
extremos más insospechados. Pisanello pregunta “¿Por qué soy famoso?” y la respuesta que le dan es: “Para ser famoso”, queda entonces
manifiesto lo absurdo en la función de la prensa, las respuestas no existen, lo
que se busca es “convencer”.
El acoso
de la prensa inicialmente a Leopoldo le parece agobiante, no soporta los
asedios que violan su intimidad, los pedidos de autógrafos y las preguntas que
indagan sobre la posición en la que durmió o por la hora en la que se rasura. Pero
todo esto, irá agradándole poco a poco. Los medios de comunicación lo han
endiosado y él se da cuenta de las ventajas que esto le genera. Ya no pasa
desapercibido en ninguna parte. Dice que posiblemente llueva, como quien dice
cualquier barbaridad, y entonces los reporteros toman esta afirmación como una noticia
de último minuto que puede cambiar el devenir mundial. Junto a su esposa
asiste a la premier de una película y
los reporteros consideran que sus ropas de feria de caridad son el último grito
de la moda.
Ante
todo esto, Pisanello reconoce las ventajas de ser famoso, pues tiene la
admiración de sus colegas del trabajo y la atención de las mujeres más exuberantes,
hasta llega a cumplir sus fantasías sexuales. Las ventajas de ser una
celebridad, como se lo recuerda su chofer, es que en nuestra sociedad existe para recibir privilegios especiales. Entonces Leopoldo acepta todo esto, aunque con sus
palabras trata de negar su posición, consigue disfrutar de una vida fascinante que le dio
la prensa.
Y así
como esta le dio furtivamente una vida mediática con infinitos privilegios, de la misma
manera se lo arranca raudamente, al punto que Leopoldo no comprende lo que sucede
y cree inicialmente sentirse feliz; sin embargo, se da cuenta que todo el
espectáculo que giró a su alrededor le encantó y lo sedujo, ahora al no tenerlo
se siente desesperado, al punto de desquiciarse en la calle y empezar a gritarle
a los transeúntes que él es el famoso Leopoldo Pisanello.
Los
periodistas lo cambian por un conductor de ómnibus, y nuevamente se repite la
misma dinámica.
La
historia buscaría mostrarnos que la identidad no existe, todo es ilusorio, lo
real no existe, solo existe la vida que nos imponen los medios de comunicación
a través de su universo simbólico, pues en el inconsciente colectivo ya se han
sembrado las palabras con las que justamente termina esta historia en la
película: “La vida, a veces, es muy cruel.
Y no da satisfacciones, ni a quien es rico y famoso, ni a quien es pobre y
desconocido. Pero ser rico y famoso, entre las dos, es definitivamente la mejor”
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