lunes, 28 de enero de 2013

La poética apocalíptica de Michael Haneke

 Elías Nieto

Con el filme The piano teacher (La pianista o La profesora de piano) podemos vivir una experiencia más violenta y desconcertante que la que tendríamos con Pul fiction de Tarantino, y esto no porque en él se exhiba  un espectáculo de sangre y un asombroso despliegue de armas y asesinos psicópatas, sino porque nos perturba con su profundidad de su auscultación psicológica y nos llena el alma con una visión catastrófica sobre el ser humano, al punto que nos sentimos responsables de la crisis que sufre Erika Kohut (interpretada por una inigualable Isabele Huppert) y nos angustiamos cuando intenta trasladar sin éxito su  deseo hacia la figura masculina que no entiende su sexualidad llena de voyerismo y mutilación masoquista.
Decir que Haneke es un director frío y geométrico es tan superfluo como  decir que Borges es un escritor filosófico, pues en su arte se concentran una infinidad de miradas, eso sí, dedicadas todas a revelarnos lo culpables que somos de todo y nada de lo que le pasa al Otro y de lo que nos sucede a nosotros mismos.
Justamente, con Caché (Escondido), el director alemán nos muestra la metáfora de la imposibilidad de situarse en el lugar del Otro, y probar así una dosis de responsabilidad que será más desconcertante ya que se produce dentro del ambiente cotidiano del hogar, donde todos creemos gozar de la realidad como un todo apacible que nos tranquiliza y nos permite vivir y soportar el día a día, pero al saberla fragmentada y problemática nos desconcertamos, y somos conducidos a la peor de las pesadillas: sentirnos vigilados por un ojo acusatorio. De esta manera el acoso desde fuera constituye una violación del espacio, no físico, sino identitario.

Creo firmemente que en todos sus filmes lo que ha hecho Haneke es crear su propio nudo Borromeo, y que este se sostiene mediante el sinthome lacaniano, pues al igual que la escritura de Joyce, según Lacan, Haneke está generando su inmunidad frente a la eficacia de lo simbólico, mediante el despliegue de su arte, que funciona como una suplencia, logra llenar la ausencia evidente en el cine. De esta manera, su trabajo es deconstruccionista y se convierte en un paradigma que tiene un nuevo modo particular de usar el código no lingüístico para organizar el goce.


Abordar la producción del mejor de los directores que ha tenido Alemania desde la caída de su Muro no ha sido la intención de este post, tampoco pretendí analizar de manera profunda sus filmes, lo que intenté humildemente no fue más que recordar la magistralidad de Haneke en los filmes comentados e invitar a ver otros como El séptimo continente, Funny games, El tiempo del lobo o La cinta blanca (filme que con toda justicia debió ganar en el 2010 el Óscar a mejor película extrajera por sobre la mediática e inferior película argentina El secreto de sus ojos), y sobre todo que los cinéfilos -y los que no lo son tanto pero saben apreciar el arte- puedan entender que toda obra que este profeta dirija es siempre una invitación a la reflexión como estoy seguro lo será su tan sonado filme Amour, con la que él compite por ser el mejor director del 2013 en los Premios Óscar.

Finalmente puedo decir que no importa que en los Globos de Oro presenciáramos una escena surrealista cuando Silvester Stallone y  Arnold Swarzeneger le entregaron a Haneke el premio a mejor película extranjera, o que monstruos de Hollywood como  Spielberg o Lee  le dejen sin ninguna estatuilla el 24 de febrero, ya que nada de esto cambia ni cambiará la calidad de tan grandioso cineasta, pues recordemos que tampoco Joyce ganó el Nobel; sin embargo, lo que sí nos angustiaría existencialmente sería que apareciera un imbécil por ahí como Coelho afirmando que la obra de Haneke le hizo mucho mal  al cine.

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