Elías Nieto
Se escuchó un “bommmmm” al final
del sucio pasillo.
Todos corrieron.
“Es el silencio”, dijo el pobre
sempiterno.
Los edificios sexagesimales acordaban no morirse
nunca más.
En el traspatio de uno de ellos
un viejo niño entrenaba el tiro al blanco
con las cabezas de unos gatos
vagabundos.
En la otra calle, en una habitación como la
de Arles,
Richardson Mc Neill, escritor afiliado al Sindicato
Único de
Poetas Latinoamericanos,
repasaba los errores de sus versos:
“Bajo la sombra del recuerdo de un árbol
tu meditativo pezón rozó mi falo
y una electrizante abyección colmó
el cacumen de un viejo onagro”
siete veces siete había corregido,
el pobre desgraciado,
había creído
había sido
un falso poeta del siglo XXI.
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