Elías Nieto
¿Cómo quieres que salga, ah? Si estoy aquí, desnuda en medio
de la oscuridad. Si solo tengo mi cuerpo al que encojo de hombros esperando que
antes que la luz lleguen tus promesas. ¿Tan
lejos están las velas que saliste a buscar? “Acá nomás, dijiste” y ese acá parece
escapársele a mis manos, ¿cuándo, Nacho, cuando las traerás?
Estoy sola y asustada besando mis rodillas de plata,
recordando cuando te vi por primera vez, un muchacho hermoso y enclenque, un adonis nada preocupado por agradarle a la gente. ¿Por qué demoras tanto, Nacho? Sabiendo que esta oscuridad me muerde
los labios, que temo al ruido del silencio, a las arañas pegajosas que colgadas
me ven desde el techo. “Quédate aquí, no te muevas” me dijiste y ¿cómo esperas
que no lo haga?, si este cuarto parece el universo y a donde me mueva seguiré
sin avanzar, sin poder recorrerlo por completo.
Estoy desnuda, Nacho, ¿cómo
esperas que no lo haga? Si estoy atada a una vestimenta de entierro, una
vestimenta funeraria capaz de adherirse a la piel y pudrirse con los huesos,
hacerse polvo, porque de polvo somos y al polvo volveremos, ¿verdad, Nacho?
Algo sube por mi espalda, Nacho, y no son las arañas del
techo, es el tiempo. Todo es tan oscuro, que cuando regreses dudaré hasta de mi
propio cuerpo y te pediré que lo reconozcas, que me digas si soy yo la que ha
estado esperándote, la que se quedó a oscuras y en silencio mientras tu salías
corriendo por las calles, tocando puertas, esquivando sabuesos que se enredaban con sus colas, luchando por
obtener una que otra vela consumida por el tiempo, deteriorada por el
cansancio; y tú correrás, correrás por volver aquí, porque sabes lo duro que es
estar en medio de las tinieblas, en medio de un aire que se oprime contra mi
pecho; y llegarás y yo te abrazaré tan fuerte que mi cuerpo desnudo y tu cuerpo
cansado serán uno, uno solo acompañado de una llama, de una vela que goteando
se consumirá y nos dejará en la oscuridad, oscuridad como la que ahora acaricia
mi pelo, lo revolotea hasta que se convierte en un buitre que quieren salir volando
llevándose mi cabeza. ¡Ayyyyyyyyy! Como duele, como duela la espera, Nacho,
como duele.
Yo te regalé el cielo, pero solo lo tuviste cuando me miraste desde mi vientre. Ahora todo
es vacío y tan remotos están tus pasos que siento que se me congelan las palmas
de las manos. Ya no quiero besar mis rodillas, quiero mirarme a un espejo,
imagino uno frente a mí, pero en el reflejo no aparece mi imagen, apareces tú,
Nacho, tú estás mirándome con esos ojos saltones que tanto me gustan…¿Esto es una pesadilla? ¿Es la vida?
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