Elías
Nieto
A propósito del anuncio hecho
por el director Abel Ferrar, en relación
a la puesta en marcha de una película sobre el tan polémico cineasta
italiano Pier Paolo Pasolini, quien sería interpretado por el
actor norteamericano Willem Dafoe; cabe recordar el trabajo de este último,
quien a sus más 59 años nos ha legado una serie de memorables papeles.
El público general lo debe
recordar por filmes como Spiderman, El paciente inglés o El aviador; en cambio, los que han seguido su carrera un poco más
de cerca no podrán olvidar sus actuaciones en las películas de Oliver Stone
como en Nacido el 4 de julio y
Platoon, sobre todo en esta donde, interpretando al sargento Elías, lograr
ofrecer una actuación brillante que le valdría una nominación al Oscar a mejor
Actor de reparto en 1986. Y si de brillantes
actuaciones hablamos, cómo olvidar –pese a que él
mismo suele arrepentirse de haber realizado el papel– a
Dafoe convertido en ese Cristo de Scorsese que tantas discusiones ha generado
hasta el día de hoy.
Sin embargo, en este post pretendo hablar de un
filme que ha pasado inadvertido dentro de toda la gama de producciones
cinematográficas en torno a la ocupación nazi en Polonia. Me refiero a Hijos de un mismo Dios, dirigida en el
2001 por Yurek Bogayevicz y que cuenta en su reparto con Haley Joel Osment (el recordado niño de Sexto sentido e Inteligencia artificial) y Willem Dafoe, quienes en sus roles de
niño y sacerdote, respectivamente, recrean dos perspectivas en torno al
conflicto bélico y a la persecución judía de la cual ambos serán parte y
víctimas.
El filme, pese a ser una producción norteamericana,
sabe dialogar muy bien con los hipertextos en base a los cuales ha construido
su hilo discursivo. Por ejemplo, la acción de los oficiales alemanes está llena
de esa aberración racial que se había instalado en las mentes para construir
una sociedad que se dinamizara en base al engranaje: hostigador-víctima. La pequeña comunidad en la que se sitúa la
historia, logra recrear en menor escala lo vivido durante la Segunda Guerra
mundial en gran parte de Europa; así los
padecimientos que sufren los niños y los intentos de un cura con extraños
métodos para catequizar, reflejan, en gran parte, la lucha de los hombres y su humanidad
contra una irracionalidad aniquiladora.
La película, en el plano narrativo, mantiene un aire de filme europeo, y no es que
la narración sea lenta por momentos, sino que esta centra su atención en el
interior de sus personajes, para mostrar, desde la visión contrastadora de
Romek (Osment), un mundo caótico que poco a poco empieza a desmoronarse. Sus aseveraciones:
“Tenía once años cuando me di cuenta de lo peligroso que resultaba ser judío”, “...
nosotros no tenemos padre, ahora tu padre no tendrá hijo”, “Vi al sacerdote en
el granero discutiendo con Dios…”; muestran una conciencia… que al toparse con
la del sacerdote (Dafoe) nos regalan las mejores escenas de la película, que
podrían resumirse en la siguiente cita:
-
“¿Qué es esto, padre?
-
Hostias sagradas.
¿Quieres un poco?
-
¡No!
-
No te preocupes, todavía
no son hostias. Solo son bordes, nunca bendigo los bordes.
-
¿Estamos bendecidos?, ¿o somos solo los bordes?
-
Somos migajas, hijo,
migajas…”
Dafoe nos ofrece, con su
extraño mirar, un rol lleno de tensión y
angustia, pues su personaje encarna la imposibilidad, la frustración e impotencia
frente a la barbarie nazi; pese a sus intentos por enseñarles a Romek y a sus
amigos a vivir el Evangelio para defenderse de los alemanes, llena al pueblo de
miedo y les muestra que sin dolor y sacrificio nunca habrá llegada final a los
Cielos.
El misticismo religioso
al final lleva al personaje más tierno de la película, Tolo, a sacrificarse por
su hermano y por Romek, marchándose en uno de los trenes que conducía a los
judíos a los campos de concentración, adoptando así el papel del Cristo
salvador en una escena que no esconde, sino que potencia el horror de la guerra
y el doble filo de la presión religiosa que alivia y atormenta al mismo tiempo,
así como Dafoe, quien cuando no está haciendo de villano, está siempre con esa
sonrisa en medio de un infierno, en este caso no de balas como en el de Platoon, sino de odio y resignación: ese
infierno en el que solo al final, para los católicos, se escucharán gemidos de lamentación y
sufrimiento.