sábado, 9 de agosto de 2014

Willem Dafoe en Hijos de un mismo Dios




Elías Nieto



A propósito del anuncio hecho por el director Abel Ferrar,  en relación a la puesta en marcha de una película  sobre el tan polémico cineasta italiano Pier Paolo Pasolini, quien sería interpretado por el actor norteamericano Willem Dafoe; cabe recordar el trabajo de este último, quien a sus más 59 años nos ha legado una serie de memorables papeles.

El público general lo debe recordar por filmes como Spiderman, El paciente inglés o El aviador; en cambio, los que han seguido su carrera un poco más de cerca no podrán olvidar sus actuaciones en las películas de Oliver Stone como en  Nacido el 4 de julio y Platoon, sobre todo en esta donde, interpretando al sargento Elías, lograr ofrecer una actuación brillante que le valdría una nominación al Oscar a mejor Actor de reparto en 1986. Y  si de brillantes actuaciones hablamos, cómo olvidar pese a que él mismo suele arrepentirse de haber realizado el papel a Dafoe convertido en ese Cristo de Scorsese que tantas discusiones ha generado hasta el día de hoy.

Sin embargo, en este post pretendo hablar de un filme que ha pasado inadvertido dentro de toda la gama de producciones cinematográficas en torno a la ocupación nazi en Polonia. Me refiero a Hijos de un mismo Dios, dirigida en el 2001 por Yurek Bogayevicz y que cuenta en su reparto con Haley  Joel Osment (el recordado niño de Sexto sentido e Inteligencia artificial) y Willem Dafoe, quienes en sus roles de niño y sacerdote, respectivamente, recrean dos perspectivas en torno al conflicto bélico y a la persecución judía de la cual ambos serán parte y víctimas.

El filme, pese a ser una producción norteamericana, sabe dialogar muy bien con los hipertextos en base a los cuales ha construido su hilo discursivo. Por ejemplo, la acción de los oficiales alemanes está llena de esa aberración racial que se había instalado en las mentes para construir una sociedad que se dinamizara en base al engranaje: hostigador-víctima. La pequeña comunidad en la que se sitúa la historia, logra recrear en menor escala lo vivido durante la Segunda Guerra mundial en gran parte de Europa;  así los padecimientos que sufren los niños y los intentos de un cura con extraños métodos para catequizar, reflejan, en gran parte, la lucha de los hombres y su humanidad contra una irracionalidad aniquiladora.

La película, en el plano narrativo,  mantiene un aire de filme europeo, y no es que la narración sea lenta por momentos, sino que esta centra su atención en el interior de sus personajes, para mostrar, desde la visión contrastadora de Romek (Osment), un mundo caótico que poco a poco empieza a desmoronarse. Sus aseveraciones: “Tenía once años cuando me di cuenta de lo peligroso que resultaba ser judío”, “... nosotros no tenemos padre, ahora tu padre no tendrá hijo”, “Vi al sacerdote en el granero discutiendo con Dios…”; muestran una conciencia… que al toparse con la del sacerdote (Dafoe) nos regalan las mejores escenas de la película, que podrían resumirse en la siguiente cita:

-         ¿Qué es esto, padre?

-         Hostias sagradas. ¿Quieres un poco?

-         ¡No!

-         No te preocupes, todavía no son hostias. Solo son bordes, nunca bendigo los bordes.

-         ¿Estamos bendecidos?,  ¿o somos solo los bordes?

-         Somos migajas, hijo, migajas…”



Dafoe nos ofrece, con su extraño mirar, un rol  lleno de tensión y angustia, pues su personaje encarna la imposibilidad, la frustración e impotencia frente a la barbarie nazi; pese a sus intentos por enseñarles a Romek y a sus amigos a vivir el Evangelio para defenderse de los alemanes, llena al pueblo de miedo y les muestra que sin dolor y sacrificio nunca habrá llegada final a los Cielos.

El misticismo religioso al final lleva al personaje más tierno de la película, Tolo, a sacrificarse por su hermano y por Romek, marchándose en uno de los trenes que conducía a los judíos a los campos de concentración, adoptando así el papel del Cristo salvador en una escena que no esconde, sino que potencia el horror de la guerra y el doble filo de la presión religiosa que alivia y atormenta al mismo tiempo, así como Dafoe, quien cuando no está haciendo de villano, está siempre con esa sonrisa en medio de un infierno, en este caso no de balas como en el de Platoon, sino de odio y resignación: ese infierno en el que solo al final, para los católicos,  se escucharán gemidos de lamentación y sufrimiento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.