miércoles, 4 de septiembre de 2013

Jack Nicholson voló sobre el nido del cuco

Elías Nieto


Hoy no desperté, me despertó una noticia, cuyo titular aún retumba en mi cabeza: “Jack se ha retirado. Hay una sola razón detrás de su decisión, y es la pérdida de memoria. Realmente, a sus 76 años, Jack tiene problemas de memoria y es incapaz de recordar las líneas. Su memoria ya no es lo que era”, decía el cable internacional.
Francamente no estoy sorprendido, ni enojado; sin embargo, no dejo de sentir lo mismo que siempre experimento al escuchar sobre la muerte de un Sábato o en relación a la jubilación de un García Márquez por un problema similar al de Jack.
Lo que esta noticia ha traído a mi oscuro mundo cinéfilo es toda una gama de buenos recuerdos infantiles, temores por saber si los malos en el mundo real son tan “malos” como en las películas, y sobre todo por observar con pasión de terapeuta las psicosis e insanias criminales que tan bien Jack Nicholson sabía interpretar.
Recuerdo que llegué a las películas de Nicholson gracias a la literatura, pues me encontré con un libro en cuya portada aparecía el actor norteamericano con una peculiar sonrisa maniática. El libro era una novela titulada Alguien voló sobre el nido del cuco de Ken Kesey, un autor hasta entonces para mí absolutamente desconocido.  

El narrador, un indio americano que vive internado en un manicomio, empieza su historia así: “Están ahí afuera. Chicos negros con trajes blancos se me han adelantado para cometer actos sexuales en el pasillo y luego limpiarlo antes de que consiga atraparlos”. Para entonces admiraba a un profesor de Psicología a quien consideraba un eximio conocedor del arte cinematográfico, y entonces le llevé el libro para preguntarle por la identidad del lunático y el título de la película que el libro había inspirado, (aunque hoy en día debo admitirlo, se lo pregunté porque ese profesor tenía la misma mirada maniática) y él, simulando un profundo análisis me dijo: “Si no llevara gorra podría reconocerlo”. “¿Cómo empieza?” –Me dijo- y entonces le mostré la primera página que él leyó en voz alta. “Ahhhhhh, solo alguien como Jack Nicholson puede actuar en una película así” –sentenció a carcajadas, prometiéndome que me conseguiría “algo”.
Pasaron años y no volví a ver al profesor, quizá terminó internado en una sanatorio mental como McMurphy. Renuncié a buscar la película, pero ya había visto más de diez producciones protagonizadas por Nicholson. Recordaba en especial Chinatown, con su extraña atmósfera en la que se respiraba miedo al no sé “qué” y en donde la corrupción se internaba en todos los estamentos del alma humana. Recordaba a Jack interpretando magistralmente al Joker en Batman de Tim Burton, pero sobre todo había quedado fascinado con su personaje en El resplandor de Kubrick, un novelista que se encarga de cuidar un hotel cerrado durante el invierno, pero que extrañamente termina enloqueciendo y muere persiguiendo a su hijo en un laberinto de árboles y hielo. Con este último personaje Nicholson construye todo un modelo de “psicópata” en Hollywood,  perennizando, además, uno de los momentos más inolvidables del cine de terror.



Nicholson, por ser un actor tan versátil, va más allá de las interpretaciones de personajes con desórdenes mentales, pues recuerdo haber visto también sus trabajos en   El cartero llama dos veces, La fuerza del cariño, algunos hombres buenos, Ejecutivo agresivo y la comedia en la que se complementa perfectamente con Diane Keaton: Alguien tiene que ceder.
Post aparte para películas como Mejor… imposible  y Los infiltrados, donde Nicholson se fue adaptando a los registros, planos y destacados, de actores de todo calibre.
Estas y otra películas habían pasado, o yo había pasado por ellas, sin que hasta entonces apareciera ese “algo” que un día me prometieron. Sin embargo, un jueves, no de otoño,  llegó Atrapado sin salida a mi vida para cambiarlo todo. No sostengo que sea lo mejor que hizo Nicholson, porque recordemos además que todo gusto es subjetivo, pero sí creo que esta película (conocida en varios países con el mismo título que la novela  Alguien voló sobre el nido del cuco) nos muestra la vitalidad de los límites en una interpretación, de como solo alguien que es realmente un “actor” escucha al director, en este caso Milos Forman, para medir sus impulsos y también escucha a su corazón para transmitir con sus actos toda una vida.

Existen películas timoratas que son salvadas por tener entre su elenco a un gran artista, existen películas inferiores al libro del cual tomaron el guion, existen directores, como los mencionados líneas arriba, que son orfebres y existen también actores que nos hacen ver el mundo a través de sus roles y conocer su interior a través de sus miradas.  Uno de estos es sin duda Jack Nicholson que en sus más de 60 películas, 12 nominaciones al Oscar (obteniendo dos por mejor actor principal y uno por mejor actor de reparto) e innumerables reconocimientos, se ha convertido en el ícono hacia el cual todo actor joven -entre tanto mediocre que existe- debe apuntar.
Quizá la memoria sea la primera en pagar tanta apropiación de personalidad que tiene que realizar un actor y un escritor, en el caso de Nicholson todo es justificado y no nos queda más que agradecerle por hacer un cine para nosotros, los neuróticos…

La locura no existe sino en una sociedad, como lo decía Foucault, además los cucos no tienen nido.

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