Elías Nieto
Diariamente, por entre las calles,
cuando el ruido del mundo nos invade, los silencios se mueren por gritarnos su desesperación,
por sacudirse de su entumecimiento y exclamar su vitalidad que anhela cubrirlo
todo. Escucharlos es un don de vates, en este caso Alejandro Mautino, con fino
oído y pulcra pluma, nos muestra que posee dicho talento.
Alejandro Mautino Guillén (Huaraz,
1988) acaba de publicar el poemario Diálogo
de los silencios, anteriormente, en el mismo género publicó en el 2011 Breve anatomía de la sombra y Antología de la poesía joven en Ancash
en el 2009.
Este nuevo libro concretiza la
intención del autor por alejarse
claramente del significado evidente; por el contrario, sigue la renovadora
línea —con su hermetismo que abre
los caminos a múltiples interpretaciones— emprendida
por los poetas ancashinos Juan Ojeda y Marcos Yauri Montero en la costa y en la
sierra respectivamente.
Abordaremos el Diálogo de los silencios a
partir de sus aspectos materiales que, como nos los recuerda Raúl Bueno, constituyen
productos de la voluntad de plasmación artística del poeta. De esta manera el
tipo de tapa, la calidad del papel, el
formado y la tipografía del libro dependieron en gran medida de Alejandro
Mautino, ya que él entendió muy bien que
en la construcción del sentido poético la materialidad se constituye en un
medio de expresión eficaz que junto a los elementos lingüísticos genera un
sentido total de la obra.
Es interesante encontrar como el
detalle de la tapa del Diálogo de los
silencios es una pintura abstracta,
de la misma manera en Vida Continua de Javier Sologuren, publicado por el Instituto
Nacional de Cultura en 1971, encontramos una pintura abstracta de Fernando de
Szyszlo, Mautino Guillén ha ilustrado la cubierta de su libro con una de Matías
O. Sería ingenuo aseverar que dos pinturas, sean abstractas o no, puedan ser
idénticas; sin embargo, descubrimos que la intención en ambos poetas, el
segundo notablemente influenciado por el primero, es la misma: romper con toda
norma estricta de la mímesis y referencia formal a la realidad visual.
La
cubierta del Diálogo de los silencios
es desglosable, constituyéndose en un material totalmente independiente del
libro en sí. Al quedarse el libro sin su tapa nos encontramos frente a un
atezado fondo, un negro que juega con el silencio, un negro como ausencia de
lenguaje y ausencia de color. Abrimos el libro y dos hojas negras de papel
otorgan una graduación en la intensidad que ya nos ha envuelto en su magia, en
su mutismo.
Frente
al título del libro, el cual no orienta y le presta al conjunto textual una
sólida dirección de interpretación, la cual guiará nuestra lectura, nos
preguntamos: ¿qué recurso literario evidencia el título Diálogo de los silencios? Si nos ceñimos a la Retórica Clásica podríamos
decir que nos encontramos frente a una figura literaria de pensamiento, una
figura por oposición y duplicación de conceptos. Sin embargo, detenerse en los
lineamientos puramente formales que nos propone dicha retórica es insustancial
y bizantino, pues su visión nos restringe y nos aleja de nuestra perspectiva de
entender la literatura en función a lo estético y a lo ideológico.
Por
lo tanto apelaremos al concepto de “campo figurativo” propuesto por la Retórica
Textual, ya que este nos acerca a la visión integral del poemario, sin dejar las
concepciones ideológicas y estéticas con los que fue estructurado. De acuerdo a
ello, el campo figurativo en el que se encontraría Diálogo de los silencios es el de la “antítesis”, propiamente nos
encontramos frente a un oxímoron. No
uno directo que muestra la unión de un
sustantivo y un adjetivo opuestos como en
“soledad sonora” de San Juan de la Cruz; sino
estamos frente a una estructura sintáctica (frase nominal) en la que ‘diálogos’
lejos de excluirse se complementa perfectamente con ‘silencios’. El diálogo,
entendido como plática; o sea, como conversación (efecto de hablar), pierde su
carga semántica y en los poemas sugiere el encuentro de los seres, quienes van
modulando su interacción al compartir la soledad y la muerte, aunque algunas
veces los intentos sean inútiles.
El
libro está dividido en tres secciones: “Los fuegos secretos”, “La metamorfosis
de lo mismo” y “La boca de la iguana”. Cada sección cuenta con siete poemas, el
conjunto total de estos no pueden significar “aisladamente”, sino de manera
global. La acertada composición, de esta manera, evidencia que Alejandro
Mautino está direccionando su poética con mayor audacia.
Una
peculiaridad destacable es que al inicio
de cada sección se ha empleado el apolillado recurso del epígrafe, como lo
decía Carlos Fuentes en su Cambio de Piel.
Encontramos de esta manera un fragmento de El
banquete, Fedón y Gorgias, respectivamente.
Los
textos de Platón aparentemente demarcan la línea temática de cada sección: el
amor, la vida, la muerte y la incertidumbre. Sin embargo, en los poemas no
encontramos indagaciones metafísicas ni búsquedas éticas, mucho menos
referencias solapadas a la función que
tendría el poeta, de acuerdo al mito de la Caverna, para mostrar la “luz” al
mundo.
Una
primera lectura global de todo el poemario nos permite determinar sus campos
semánticos, estos, a mi parecer, son dicotómicos: el diálogo y la muerte frente
a las preguntas incesantes por los sentidos de la vida y el amor. Dicotomía que sostiene la dinámica de las tres
partes del libro. Ello implica una tensión dialéctica de los campos
de significación y una tensión entre la forma y el contenido en cada uno de los
poemas. De esta manera, la orientación platónica está más relacionada con la
imposibilidad que con la entelequia metafísica, presenciamos la disolución de
las certezas a cambio de las notables indagaciones ontológicas del yo poético.
En
cada sección podemos encontrar un campo de significación destacado por las imágenes que nos presentan
los versos y los hipertextos desde Baudelaire, Quasimodo, Aleixandre, Gonzalo
Rojas, Jorge Eduardo Eielson, entre muchos otros.
Nos
detendremos a explorar los sentidos de “Los fuegos secretos”, en cuyos primeros
poemas asistimos a las indagaciones del amor a través del fuego erótico de los amantes,
los roles que deben cumplir con voracidad: “abro las puertas que se cierran/
rompo quiebro toco/ ahorco mariposas”. El ritmo de los versos resulta vertiginoso.
Aparece también la figura de la mujer que completa al ser y llena todos los
vacíos: “una mujer desconocida por el sol”.
A
través de una anáfora estrófica, el yo poético manifiesta: “Porque el amor es
una isla perdida/ que solo la encuentran los ciegos”, sugiriendo además que el
tiempo deja de ser y que todo es inasible.
Estar
huérfanos de vida, no implica directamente estar muertos, implica un
detenimiento, una perennización de contacto
entre lo antiguo y lo moderno, una directa anulación de la muerte. Dinámica
del placer, superación de la “pulsión de
muerte” para Freud, donde el Eros triunfa sobre el Tanatos.
Sin
embargo Lacan difiere de Freud en puntos centrales, y manifiesta claramente que
todas las pulsiones son pulsiones sexuales, y toda pulsión es una pulsión de
muerte, puesto que toda pulsión es excesiva, repetitiva, y en última instancia
destructiva.
De esta
manera, las pulsiones manifestadas por
el yo poético están estrechamente relacionadas con el “deseo” que nace
precisamente de la demanda insatisfecha que es la demanda de amor que
justamente se destaca en El banquete de Platón.
Siguiendo
nuestra lectura, descubrimos que el campo de significación de “Los fuegos
secretos” está determinado por el deseo.
Leemos que “…los magos se besan/ con labios biodegradables/ habitan el mundo/
parecen ser primitivos/ callan cómplices su crimen/ se alimentan de muerte” y
recordamos como Lacan, siguiendo a Spinoza, afirmó que “la esencia del hombre
es el deseo”, en nuestra lectura lo importa resulta el “deseo inconsciente”,
aquel que se limita al deseo sexual.
El último
poema, que le da el nombre a esta sección, nos recuerda la precisión que ejerce
Sologuren en sus Estancias, pero a la vez nos revela cuando dice “flamean sus cuerpos/
se entregan a un mismo eje/ en el fuego dos fuegos/ no se equivocan/ se devoran
en secreto”, que la palabra nunca puede expresar la verdad total sobre el
deseo; siempre que la palabra intenta articular el deseo, queda un resto, una
demasía, que excede a la palabra.
De esta
manera la poesía trabaja incesantemente por revelar no lo que no es conocido,
sino lo que no puede conocerse. Mostrar esta imposibilidad justamente es construir
un nuevo universo poético, replantear el lenguaje, es finalmente la tarea fundamental del poeta.
A modo
de conclusión, la sección “La metamorfosis de lo mismo”, de interesante
dicotomía entre la vida y la muerte, contiene un poema del mismo nombre que ya
había sido publicado por el autor el año 2012 en el tercer número de la Revista Literaria Decadaesencia, lo
particular de este es ver como el autor, asumiendo la conciencia crítica, ha
ido corrigiendo su trabajo hasta entregarnos esta versión que ha modificado
desde las “Aproximaciones a todo y a nada” por “Aproximaciones a Adán y Eva”,
pasando por las supresiones de ciertas anáforas, hasta la eliminación de cinco
versos y el remate del último que ahora dice: “…que ha sido soñado en el sueño”.
Finalmente
la tercera sección que empieza con “Un chancho rosado en medio de un campo de
fútbol” contiene el poema “En vano
buscar al cadáver, mejor mentimos sobre el cuerpo”, con el que concluiremos
este somero abordaje, el cual nos muestra una técnica interesantísima de cambio
de punto de vista:
"HABÍA VENIDO mucha
gente el día anterior
Muchas mujeres pobrecito era un gran hombre
Y se ponían a llorar era
tan bueno
Un grupo de amigos
jóvenes ya no pondrá para el alcohol
Formaban un
semicírculo ni para…
Ese mismo día sábado 23 de agosto
del 2011
Das vueltas en la
esquina tampoco para las hembritas
Estás desorientado putamadre hay que vengarlo..."
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