viernes, 19 de octubre de 2012

El amor trágico en la novela Lirio rojo de Vargas Vila



 Ángel Palacios


Solitario, trágico y rebelde, José María Vargas Vila (Bogotá, 1860 – Barcelona, 1933), ha sido uno de los escritores universales más geniales que han podido existir. Fue desterrado de su patria en 1887, excomulgado y prohibido de ser leído por el Vaticano después de la publicación de Ibis (1900), su obra más polémica. Se le recuerda mucho también por su negativa de arrodillarse ante el papa León XIII cuando era ministro plenipotenciario de Ecuador en Roma. Declarado amoral y demonizado por su crítica radical al cristianismo. Es quizá uno de los genios más intensos y lúcidos que ha dado hispanoamérica. Considerado el primer autor de best-sellers en español, su obra bordea los 100 títulos entre poesía, ensayo, periodismo, historia y cerca de 60 novelas que han sobrevivido a innumerables ediciones populares casi siempre piratas.
Lirio rojo (París 1904), la segunda de sus novelas que forma parte de su famosa trilogía de los lirios, es una historia de amor asediada ya desde sus primeras páginas por los acontecimientos del dolor y la tragedia. El amor y la existencia humana aparecen en el libro configurados de modo fatal, irredimible y crudo.
Esta es una novela de amor y de arte.  Aquí se cuenta la vida artística de un pintor que a la forma de un poeta gráfico romántico emprende un viaje a Roma donde descubre el amor en sus formas más intensas y trágicas,  asediada de violaciones, pasiones, suicidios, celos, huidas y desgracias. La narración se sostiene en todo momento sobre el impulso inevitable del vértigo; cada párrafo, cada página se descubre embalsamada por una irremediable melancolía. La ampulosidad trágica de sus líneas recarga sensaciones de ansiedad y melancolía en el lector y se hace imposible rehuir esa urgente carga cromática de dolores.
El amor es la mujer y la mujer cruza por el interior de estas páginas como pasa siempre por la existencia de los hombres: involuntaria y trágica; sobre todo el dolor del amor traspasa el acre goce de una tristeza transitoria o de una melancolía suave, para disponerse la figura de un dolor eterno hasta los límites de la enfermedad, de la locura y la patología; entonces, el dolor del genio se convierte en la más violenta y la más feroz de las armonías. La mujer se vuelve esa síntesis de agitaciones pasionales, preludios, celos, belleza, dolor y crimen; y el horror último de la tragedia inexorable sentencia al amor como una desgracia desnuda y tétrica, como un grito de angustia que puebla el mundo y la existencia humana se desnuda para mostrar su realidad de fango y lágrimas.

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