Elías Nieto
Mi primer encuentro con
Felisberto Hernández se produjo hace más de nueve años, ha sido de entre todos los encuentros que
tuve, la ceremonia de iniciación que he tratado de prolongar por el resto de mi
vida. Había leído a Horacio Quiroga,
Cortázar y Borges pensando que la
literatura rioplatense tenía en estos tres genios a sus máximos exponentes de
lo fantástico, sin embargo, llegó Hernández a mi vida para cambiarlo todo.
Nuestra narrativa ha contado
con escritores fundacionales, escritores “islas” que sin constituir
necesariamente un cenáculo (salvo Borges con lo del ultraísmo, aunque parecía
que el argentino hacía todo solo) han colocado las piedras angulares para su posterior desarrollo.
Así como Yurkievich considera que Vallejo, Huidobro, Borges, Neruda y Paz son
los “Fundadores de la nueva poesía latinoamericana”, muchos críticos coinciden
en que Borges, Rulfo, Carpentier y Guimarães Rosa análogamente lo son de la
narrativa latinoamericana. A estos nombres habría que sumar indiscutiblemente
el de Felisberto Hernández, pues sus influencias parecen notarse cada día más
en los escritores jóvenes que incursionan en la literatura fantástica,
recordemos sino las sólidas opiniones de maestros como Cortázar y Onetti
quienes lo consideran como uno de los más “brillantes” exponentes del género.
No obstante, Onetti llama la
atención con respecto al desconocimiento de la obra de su compatriota, pues
hasta el día de hoy, en muchos países, Hernández sigue siendo un autor de
cofradías y grupos muy cerrados, a pesar de que muchos creen fervientemente que
pronto gozará del mismo reconocimiento con el que hoy goza otro autor de
cofradías como lo es Roberto Bolaño.
Mi ceremonia de iniciación
estuvo cargada de los lamentos de la viuda del balcón, del dolor por algo que
dejará de existir, de las lágrimas del Cocodrilo y de los pesares del
concertista de piano que hasta ahora no deja de causarme, por muy extraño y
contradictorio que parezca, profusas carcajadas, sobre todo la parte en la que
el ñandú se traga su corazón verde. Sin embargo, de entre estos primeros
cuentos que leí, el que más me llamó la atención fue sin duda «Muebles “El Canario”» que se encuentra el libro Nadie encendía las lámparas, ya que logré vislumbrar una serie de constantes en
la narrativa del uruguayo que me llevaron a indagar el sentido de las
estructuras múltiples que sostienen su narrativa.
Es pues, el arte de Felisberto,
un universo cargado de admirables ontologías, de miradas psicoanalíticas que, a
través del discurso, logran generar atmósferas de lo más inquietantes. En su
narrativa no podemos separar la memoria de lo fantástico, pues esta última se
insertará en situaciones de las más cotidianas que conllevarán a prestar más
atención en el tratamiento y en la historia, que en algún final sorpresivo.
Ante lo absurdo, los personajes no parecen extrañarse; al contrario, se vuelcan
al recuerdo y su búsqueda, que se da mediante la memoria, no podrá asir el
espacio ni el tiempo pasado y por lo tanto la conformación de la subjetividad
en relación con la consecuente búsqueda será muchas veces nula y no quedará
otra que beber de lo ilógico.
Ahora bien, hablar de lo
fantástico en los cuentos de Felisberto resulta de por sí conflictivo, ya que
nos lleva a la problemática misma de la conceptualización del género fantástico
en la literatura. Para ello, considero imprescindible los aportes de Todorov,
quien sostiene que el género fantástico se encuentra entre lo insólito y lo
maravilloso, solo se mantiene el efecto fantástico mientras el lector duda
entre una explicación racional y una explicación irracional. Asimismo, rechaza
el que un texto permanezca fantástico una vez acabada la narración: es insólito
si tiene explicación y maravilloso si no la tiene. Según él, lo fantástico no
ocupa más que "el tiempo de una incertidumbre" hasta que el lector
opte por una solución u otra.
En este sentido, en el cuento «Muebles
“El canario”» encontramos los elementos descritos por Todorov que serán
legitimados, estilísticamente hablando, por el tipo de narrador, ya que lo
contado no se cuestionará por estar legitimado por la realidad ficticia.
Lo interesante ahora es bordear
los sentidos múltiples del cuento en base a lo fantástico, descubrir que la
realidad solo existe en virtud a los elementos desplegados en el cuento, los
cuales, a través de metáforas, traducen las representaciones simbólicas
presentes en nuestra sociedad.
«Muebles “El Canario”» es un
cuento breve que empieza con las palabras de un narrador homodiegético hablando
desde un futuro: “La propaganda de estos muebles me tomó desprevenido”, es
importante destacar que esta frase inicial nos causa cierta incertidumbre, nos
anuncia algo parcialmente extraño, pues el término “propaganda” entendida como
una acción de dar a conocer algo con el fin de atraer, se mezcla con la
sorpresa enunciada por el narrador, quien nos relata su vuelta a la ciudad en
el tranvía, cuando de pronto, un tipo sin mediar explicación alguna le
introduce la aguja de una enorme jeringa. Le llamó la atención que en la
jeringa dijera “Muebles El Canario”. Queda desconcertado y se trata de plantear
una serie de explicaciones ya que se avergüenza de preguntárselo a los demás
pasajeros que se mostraban sonrientes y aún ansiosos como la gorda que reclama
su respectiva dosis.
Al llegar a casa, mientras ciertas ideas lo perturban y no lo dejan dormir, oye el canto de un pajarito y posteriormente una voz que anuncia la transmisión de la difusora “El Canario” que explicaba la cuota de sus muebles y refería que pronto transmitiría un tango. Sorprendido, no encuentra el modo de apaciguar la transmisión, y al contrario la escucha con más nitidez. Desesperado sale a la calle a buscar alguna solución a su problema en los diarios, pero opta por tomar un tranvía. Ahí se encuentra con un hombre que estaba inyectado a un grupo de niños. Le pregunta por la forma de anular el efecto de la inyección. El hombre le menciona la existencia de las tabletas “El Canario”, en tanto la transmisión sigue mortificando al protagonista. Este, sin embargo, anhela una solución rápida, y entonces por medio de un insignificante soborno, le terminan revelando que el secreto para cortar la trasmisión es darse un baño de pies bien caliente.
Al llegar a casa, mientras ciertas ideas lo perturban y no lo dejan dormir, oye el canto de un pajarito y posteriormente una voz que anuncia la transmisión de la difusora “El Canario” que explicaba la cuota de sus muebles y refería que pronto transmitiría un tango. Sorprendido, no encuentra el modo de apaciguar la transmisión, y al contrario la escucha con más nitidez. Desesperado sale a la calle a buscar alguna solución a su problema en los diarios, pero opta por tomar un tranvía. Ahí se encuentra con un hombre que estaba inyectado a un grupo de niños. Le pregunta por la forma de anular el efecto de la inyección. El hombre le menciona la existencia de las tabletas “El Canario”, en tanto la transmisión sigue mortificando al protagonista. Este, sin embargo, anhela una solución rápida, y entonces por medio de un insignificante soborno, le terminan revelando que el secreto para cortar la trasmisión es darse un baño de pies bien caliente.
Una primera mirada nos remite al mundo de lo absurdo e ilógico, en el que nos encontramos con un claro componente de alienación, el narrador es un extraño en su propia ciudad. Esto como directo producto de una sociedad globalizada que genera la liberación de las relaciones sociales respecto a los contextos locales de interacción.
El tranvía en el que viaja,
representaría la Posmodernidad, caracterizada, en este caso, por bombardearnos
con nuevos modelos de consumo y por una omnipresencia de la publicidad y los
medios de comunicación. Nuestro narrador se encuentra entonces dentro de esta
dinámica, denominada por Jameson como la lógica cultural del capitalismo
tardío.
El protagonista, sorprendido,
ignora los mecanismos de la publicidad móvil que se constituye como un elemento
esencial de la cultura posmoderna. No conoce las reglas del juego y aturdido es
vencido por una honda vergüenza. No puede escapar ni evitar la publicidad, no
tiene voz ni palabra que se oponga al caótico fenómeno. Trata de inventarse
explicaciones inverosímiles, en lugar de reaccionar de alguna manera.
La sonrisa complacida de los
pasajeros nos muestra el conjunto de sujetos que conforman las nuevas clases
medias, que de acuerdo a Pierre Bourdieu, están en constante lucha contra los
grupos dominantes más antiguos y que en el cuento tiene a la pasajera gorda
como su máxima exponente quien ansía desesperadamente la inyección publicitaria, ya que lleva en sí misma los objetos culturales posmodernos que con su
actitud trata de hegemonizar frente a toda la sociedad. Para los pasajeros en
suma, el consumir ha llegado a ser mucho más importante que el de producir.
Una de las explicaciones que se
trata de dar nuestro protagonista es que “de cualquier manera estaba seguro de
que no se permitiría dopar al público con ninguna droga”. Esta respuesta es al
que muchos tratan de creerse frente a la boyante publicidad que invade nuestras
vidas; sin embargo, ¿qué prohibición real existe en una sociedad de consumo si
la palabra, en términos de Lacan, funciona como un intercambio simbólico?
El grupo social en el que de
desplaza nuestro narrador está constituido por el efecto del significante. Una
vez que la publicidad ha sido inyectada, la lógica del consumismo ha entablado
su voracidad mediante “la palabra”, pues con esto, el sujeto se encuentra
alienado de su necesidad e inserto en el deseo. El consumo busca constituirse
como el acto humano de llenar una carencia, una falta o un vacío permanente.
En el cuento, aparentemente, a
diferencia de lo que sostiene Bourdieu, sí es necesario recurrir a la coerción
para legitimar el sistema social; sin embargo, es una coerción en apariencia,
ya que el hombre que inyecta la publicidad piensa que el protagonista vive bajo
el sistema, de ahí su interrogante: “¿No le agrada la transmisión?”
Ahora bien, ¿por qué trasmitir
la publicidad de unos muebles?, ¿por qué no la de un televisor, una marca de
ropa o una cocina equipada con los
últimos avances de la tecnología en la que el cuento está ambientado? La
respuesta nos permite abordar una de las
tres perspectivas del consumo cultural que elabora Featherstone, quien sostiene
que los sueños y deseos se proyectan en las
imágenes del consumo cultural. De esta manera, un mueble genera un placer
aparentemente estético en el sujeto que le debería impulsar a sentirse
reconfortado y a mostrar una imagen de lo que es a través de lo que consume.
A diferencia de los otros personajes, el
protagonista se resiste a la dinámica posmodernista. Busca una solución
desesperada subiéndose a un tranvía en el que encuentra con un empleado de “El
Canario” quien está inyectando publicidad a un grupo de niños. Una lectura lineal
nos daría a entender la vulnerabilidad que sufren los niños frente a la
publicidad, sin embargo, podemos
interpretar el hecho, siguiendo nuestro análisis, como la anulación de las
variables tradicionales de edad. Ahora todo se construye en base a los
productos de “El Canario” y todo marcha hacia una sociedad sin grupos de
estatus fijos.
Llegamos hasta el punto más
desesperante, el narrador-protagonista requiere una solución rápida y efectiva,
un servidor, agente vinculante del consumismo, le recomienda tomar las tabletas
producidas por “El Canario”, en otras palabras, la propia enfermedad viene a
ser la cura, de esta manera la vida parece reducirse al mero consumo. Esta
cadena nos plantea que el consumo se ha transformado en un proceso que supone
la construcción simbólica de un sentido de identidad tanto individual como
colectivo.
Finalmente, existe una salida
extra propuesta por el mismo agente vinculante del consumismo, la cual consiste
en “darse un baño de pies bien caliente”. La situación parece desmoronarse ante
un final que nos puede sacar una sonrisa, pero que en el fondo connota el
sentido mismo de la manipulación de los signos en la lógica del consumo, y su
capacidad de transmitirse a través de la palabra, lo que nos lleva a adoptar la
posición de Baudrillard, ya que el consumo no se puede conceptualizar como un
proceso material, sino como una práctica en la que no se consumen los objetos,
sino las ideas.
«Muebles “El Canario”», es
pues, un cuento que sin lugar a dudas nos propone una infinidad de lecturas
que, desde diferentes enfoques, nos otorga una mirada crítica a la realidad a
través de lo fantástico, aunque siempre he pensado que todo esto no es más que
una explicación falsa de los cuentos.
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