Santiago Nasar
Ella paseó su grácil cuerpo esbozando figuras alrededor
de las fieras. Ellas, en su nuevo rol de acróbatas, deberán superar la
competencia circense que ofrecen las vacas futbolistas de Valentina
Símonova. Ella ensayó el acto
innumerables ocasiones, pero ni su
indumentaria y ni el soberbio moño que lleva pudieron celar sus nervios. Ellas observarán inquietas
el atuendo de la engalanada. Ella dio sus últimos pasos, con una mueca de actitud seria se cruzó de
brazos, en seguida ordenó: “¡A pararse!”. Ellas entonces rugirán de
descontento. Ella vio como el público efervescente se desborda con profusas
aclamaciones. Ellas identificarán a su amo Lósif, quien ingresará con un látigo
en la mano, dará vueltas y les gritará una serie de anatemas. Ella reconoció la
señal que se anunció por los altavoces: “Todos de pie, lo que estábamos
esperando, señoras y señores…”
El año
que Liudmila terminó sus estudios en El
Instituto Estatal de Cinematografía de Moscú, vivía en la casa de sus padres
esperando que su prometido Iván Tornakobsky regresara de Ekaterimburgo una vez
terminado el invierno. Hija del coronel Grigóriev Kravtsov y de la pintora
bielorrusa Kolia Trachova, la pequeña Mila,
como la llamaban de cariño, heredó una mezcolanza de marcialidad y genio que
tempranamente la hicieron destacar por
ostentar un impetuoso ánimo de poderlo todo. Su instintivo talento la mantuvo
ligada desde muy niña al mundo de la élite rusa; y en cuanto veían sus largas
manitas y risa cándida, no dudaban en señalarla como sucesora innata de la
madre; mientras que otros al verla rechazar impúdicamente a media docena de
cortejantes afirmaban que sería como el padre. La plenitud de su vida le llegó
cuando aún paseaba por salones atiborrados de artistas de todo género. Y cuando
ya todos sentenciaban que desplegaría su genialidad sobre la pintura, llegó el
cine a su vida para cambiarlo todo.
No había
optado aún por si seguir la línea de El
acorazado Potemkin o la de Octubre,
cuando fue seleccionada, al igual que ocho jóvenes directores por “Debut”, un
grupo de avezados cineastas, para
producir las nuevas películas del cine soviético. El reto consistía en
que cada integrante escribiera el propio guión de su película.
Una tarde,
junto a dos de sus mejores amigas Liudmila asiste a la matiné del circo
ucraniano recién llegado a la ciudad. La estrella, un joven domador, danza
acompasadamente un tango con una enorme leona. A diferencia de sus amigas, ella
queda prendada de los tristes ojos del domador. Terminado el número, todos dan
vivas al atractivo y esbelto joven, quien se retira cabeza en alto.
Luego de
haberse escurrido entre tragasables y saltimbanquis, lo encuentra recostado en
un amplísimo lecho de terciopelo.
-
Es
usted muy…, muy valiente –balbucea Liudmila, que acaba de percatarse de que el
joven artista está completamente desnudo. “Que me trague la Tierra” –se dice- y
sale corriendo del circo.
Lósif sostiene a su mujer, quien conserva los brazos
horizontalizados en un afán de simular una valla plegable. La leona que tiene
el primer turno en dar el salto menea la cabeza como calculando la exactitud de
su tranco. ¡Date prisa, ya no resisto más!, y las carcajadas los envuelven
hasta hacerlos tambalear. ¡Ya! Y la leona con un timorato impulso por fin
despega. En cámara lenta la vemos elevarse, el plano que nos muestra su aurea
pelambre alborotada por el viento se intercambia con un mohín de último
segundo. La cabeza de la mujer se
estremece ante el directo zarpazo de la fiera. La embestida al rostro se
rebobina y van quedándonos cada vez mas detalles del profuso impacto.
No se lo ha
contado a nadie, ni siquiera a Bela, su confidente. El recuerdo del cuerpo
tendido dorsalmente no deja de venírsele a la mente, el borrador de su guión
está retrasado; los de Debut están
impacientes.
Se pasa
horas viendo nostálgicamente con
dirección al circo. Una de aquellas tardes donde el viento moscovita parece
lamerte los huesos, una sorpresiva idea asalta su mente: “haré una película
sobre él…”
Un silencio pervierte al absorto público. La mujer de
Lósif está en el suelo cubriéndose el rostro.
La sangre triunfa ante la presión de la mano. Lósif corre y trata de
levantarla, pero antes del contacto su mujer se desvanece. La gente grita
alborotada. Nadie sale de su asombro al ver que la herida del zarpazo
cruza de la frente al mentón.
- Esa
tarde, Natuska había escuchado sobre un lugar en las afueras de Leningrado
donde los niños recibían alimentos. Papá no tuvo valor para prohibirnos ir
allá. Recuerdo como mamá nos abrazaba y escondía su rostro lleno de
lágrimas. Pidieron a Natuska que me
cuidara mucho. Salimos por la noche y aunque la nieve había dejado de caer, el
frío nos aguijoneaba la planta de los pies. Todo el tiempo mi hermana me cogía
de la mano muy fuerte y cuando le decía que me dolía, ella me entonaba esas
alegres canciones que solía enseñarles a los niños mucho antes de que llegaran
los alemanes. Al aclararse el día,
encontramos una vieja cabaña de la que se elevaba una extraña columna de humo
negro. Traté de tirar de la mano de
Natuska e ir a donde venía ese olor a chamuscado, pero mi hermana me
sujetó muy fuerte y me dijo –No, debemos quedarnos aquí-. Dejé de tirar porque
conocía ese tono sentencioso. Estuvimos de pie un buen rato, yo abría la boca y
tragaba todo el aire que podía. Mi hermana al ver lo que hacía, me tomo de los
brazos y riendo me dio un fuerte abrazo. Permanecimos así hasta que vimos aparecer a lo lejos un
trineo. Lo primero que me sorprendió fue descubrir las deprimentes figuras de
los tres niños que lo jalaban. Les preguntamos quienes eran y el más grande fue
el único quien pareció tener ganas de respondernos –Me llamo Alexandr y estos
son Yuri y Nicolái- dijo, señalando a
los que lo ayudaban –, los de atrás son mis hermanitos- y, entonces recién pude
percatarme de los bultos que se acurrucaban bajo una viejísima manta.
Por
la forma en que miraron la cabaña, se notaba que no comían hace días. No me
animé a enseñarles la forma en que me comía el aire. Alexandr y mi hermana
intercambiaron una mirada cómplice y entonces él pidió que les acompañáramos a
la ciudad. Años después recién comprendí la mirada que mi hermana le dio a
Alexandr, el olor que provenía de la cabaña era de carne humana. Una patrulla
de soldados alemanes encontró en la cabaña a un grupo de pobladores devorando
cadáveres; los asesinaron y luego les prendieron fuego junto a los otros
cuerpos.
Mi
hermana me subió al trineo y se ofreció para ayudar a jalarlo, a Yuri y a
Nicolái parecía no importarles, pero Alexandr no se lo permitió. Él nos dijo
que habíamos abandonado la mina de oro, pues
Leningrado resultaba ser el único lugar cercano en el que aún podía
conseguirse alimento. Los padres de todos trabajaron de obreros de una fábrica
de zapatos antes de irse a la guerra. No sabían si aún seguían con vida, a
pesar de que Nicolái repetía hasta el cansancio que su padre se fue al Congo a
traer leones para fundar un circo en Ucrania. Y de Nicolái, todos
afirmaban que el hambre le había desorbitado los ojos y subido las tripas a la
cabeza, para que hablara tanta fantasía sobre su padre en medio de ese
infierno.
Caminamos todo
el día, justo antes de llegar a la ciudad se desató una tormenta. Bajé a los
hermanos de Alexandr y todos juntos empujamos el trineo. El arco del patín se
atascó en la nieve. Todos los grandes se fueron a buscar palos al bosque. Me
dejaron al cuidado de los pequeños. Esperamos un buen rato, nos acurrucamos al
escuchar el sonido lejano de unas bombas. Di unas pestañeadas hasta que vi
aparecer a Nicolái; traía la pierna llena de sangre. Se tendió junto a nosotros
y antes de que pudiera hablarme empecé a abrir la boca y a tragar todo el aire
frío que podía. Sólo veía moverse los labios de Nicolái, pero en el fondo
entendía muy bien lo que me decía: “estábamos los cuatro sobre un lago
congelado, de pronto el hielo se rompió y vi que tu hermana junto a Alexandr y
Yuri caían al fondo, los vi hundirse agitando los brazos y de pronto ya no
estuvieron más, habían desaparecido para siempre…”
¿Una película
sobre ese tipo? ¿Acaso te has vuelto loca? ¿No te das cuenta que puedes
arruinar la única oportunidad que te da la vida? ¿Tu madre no sabe nada de
esto, verdad? Claro, cómo podría saber que todas las tardes su linda hija va al
circo a observar a ese… ¿Cómo llamarlo? Quizá tú puedas ayudarme en catalogar
lo que hace tu…
Gotas de sangre sobre una azulada pista de hielo. El
intenso sonido del viento. Enfoques temblorosos y nerviosismo en el encuadre.
Lósif se despierta. Recuerda que antes de dormirse interrogaba a enfermeras y
médicos por su mujer. Todos le repetían hasta el cansancio que estará bien, que
no morirá, que con una reconstrucción facial bastará; pero Lósif no puede
aceptarlo, no quiere, y entonces se levanta y camina por el desierto pasillo en
el que reina el silencio, un silencio que le recuerda su infancia, pero Lósif
no puede llorar, así que abre la boca lo más que puede y empieza a tragarse
todo el aire del lugar. Está solo, en el difuso pasillo de un hospital. La
cámara se va elevando poco a poco para mostrarnos que el hospital está en medio
de un bosque. Está nevando y aún se puede ver abajo a Lósif abriendo la boca.
Aparece el primer crédito: “dirigido por Liudmila Grigóriev” y pasan uno a uno a todo el elenco…
Maravilloso mi
niña hermosa, siempre confié en ti, Liudmila. ¿Escuchaste la infinidad de
halagos? No tienes que prestarles atención a todos, es más, sólo escucha las
críticas mas audaces. Esas como las que dicen que en tu película se refleja la
sociedad rusa y que la leona representa
al imperio yanqui o al propio Jrushchov, esas son las voces autorizadas para
hablar sobre tu película. Las otras están muy por debajo de lo que merece la
mejor directora soviética de todos los tiempos. Yo siempre te lo dije, una
piedra cualquiera puede llegar a convertirse en la más esplendorosa pieza de
arte, todo dependerá del tallado que se le dé y de las manos del escultor,
perdón, escultora…
-
Los
cuatro corrimos dejando el trineo. Nicolái parecía ser el más temeroso, yo le
dije que solo deseaba buscar a mis padres. La tierra no dejaba de temblar por
la cercanía de los tanques. A lo lejos, en la montaña, los soldados de nuestro
país se replegaban, parecían hormigas sin su reina.
Años después
me enteré que el primer bombardeo había matado a mis padres mientras hacían
cola para obtener agua de una pileta en la calle. No quedaron ni sus huesos,
pero en ese momento yo quería ir a ver. Después de lo que pasó con Natusca ya
no tenía miedo a la muerte, quería estar con ellos. Salí del escondite y quise
correr a la ciudad sobre la que aún caían bombas. ¡No nos dejes, Lósif!, me
suplicó el más pequeño de los niños y dudé si tirar de su mano y correr a los
brazos de la muerte o decirles que a mí fue al que dejaron, me dejó mi familia
y yo tendría que alcanzarlos. No pude nada. Los tanques avanzaban hacia los
extremos de la ciudad. La noche se insinuaba tímidamente, como si igualmente
temiera ser bombardeada. “Ven con mi familia, viviremos en el circo con los
leones” me dijo Nicolái y entonces los cuatro, juntos, esa noche dormimos bajo
un bloque de acero con olor a pólvora que se metió hasta nuestros pulmones.
Esperábamos que el día asomara para irnos a no sé donde, sólo esperábamos irnos
quizá al África, a Ucrania o fuera del mundo.
Todos desean fotografiarse con ella. Los productores
confirmaron contratos para Europa y América. Los flashes la proclaman famosa.
Ella sonríe saludando a todo el mundo, pero en el fondo sabe que las cámaras no
buscan retratar a la directora de tan buen filme, sino a la mujer que
sobrevivió al zarpazo de una fiera y llevó esa experiencia al cine. Se pasa la
mano por el rostro, palpa su inmortal estigma y entiende que esa extensa
cicatriz no le quitó su belleza, al contrario, le dio un nuevo nombre, un nuevo
poder. Hoy, a pesar que ve con un solo ojo y casi no tiene nariz y mejilla
derecha, se siente bien consigo misma; “eso es lo importante” no deja de
repetirse unas cien mil veces por día.
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