jueves, 4 de octubre de 2012

Российская шрамы O EL ROSTRO DE LA CICATRIZ

Santiago Nasar



Ella paseó su grácil cuerpo esbozando figuras alrededor de las fieras. Ellas, en su nuevo rol de acróbatas, deberán superar la competencia circense que ofrecen las vacas futbolistas de Valentina Símonova.  Ella ensayó el acto innumerables ocasiones, pero  ni su indumentaria y ni el soberbio moño que lleva pudieron  celar sus nervios. Ellas observarán inquietas el atuendo de la engalanada. Ella dio sus últimos pasos,  con una mueca de actitud seria se cruzó de brazos, en seguida ordenó: “¡A pararse!”. Ellas entonces rugirán de descontento. Ella vio como el público efervescente se desborda con profusas aclamaciones. Ellas identificarán a su amo Lósif, quien ingresará con un látigo en la mano, dará vueltas y les gritará una serie de anatemas. Ella reconoció la señal que se anunció por los altavoces: “Todos de pie, lo que estábamos esperando, señoras y señores…”

El año que  Liudmila terminó sus estudios en El Instituto Estatal de Cinematografía de Moscú, vivía en la casa de sus padres esperando que su prometido Iván Tornakobsky regresara de Ekaterimburgo una vez terminado el invierno. Hija del coronel Grigóriev Kravtsov y de la pintora bielorrusa Kolia Trachova, la pequeña Mila, como la llamaban de cariño, heredó una mezcolanza de marcialidad y genio que tempranamente la hicieron  destacar por ostentar un impetuoso ánimo de poderlo todo. Su instintivo talento la mantuvo ligada desde muy niña al mundo de la élite rusa; y en cuanto veían sus largas manitas y risa cándida, no dudaban en señalarla como sucesora innata de la madre; mientras que otros al verla rechazar impúdicamente a media docena de cortejantes afirmaban que sería como el padre. La plenitud de su vida le llegó cuando aún paseaba por salones atiborrados de artistas de todo género. Y cuando ya todos sentenciaban que desplegaría su genialidad sobre la pintura, llegó el cine a su vida para cambiarlo todo.
No había optado aún por si seguir la línea de El acorazado Potemkin o la de Octubre, cuando fue seleccionada, al igual que ocho jóvenes directores por “Debut”, un grupo de avezados cineastas, para  producir las nuevas películas del cine soviético. El reto consistía en que cada integrante escribiera el propio guión de su película.
Una tarde, junto a dos de sus mejores amigas Liudmila asiste a la matiné del circo ucraniano recién llegado a la ciudad. La estrella, un joven domador, danza acompasadamente un tango con una enorme leona. A diferencia de sus amigas, ella queda prendada de los tristes ojos del domador. Terminado el número, todos dan vivas al atractivo y esbelto joven, quien se retira cabeza en alto.
Luego de haberse escurrido entre tragasables y saltimbanquis, lo encuentra recostado en un amplísimo lecho  de terciopelo.
-         Es usted muy…, muy valiente –balbucea Liudmila, que acaba de percatarse de que el joven artista está completamente desnudo. “Que me trague la Tierra” –se dice- y sale corriendo del circo.

Lósif sostiene a su mujer, quien conserva los brazos horizontalizados en un afán de simular una valla plegable. La leona que tiene el primer turno en dar el salto menea la cabeza como calculando la exactitud de su tranco. ¡Date prisa, ya no resisto más!, y las carcajadas los envuelven hasta hacerlos tambalear. ¡Ya! Y la leona con un timorato impulso por fin despega. En cámara lenta la vemos elevarse, el plano que nos muestra su aurea pelambre alborotada por el viento se intercambia con un mohín de último segundo.  La cabeza de la mujer se estremece ante el directo zarpazo de la fiera. La embestida al rostro se rebobina y van quedándonos cada vez mas detalles del profuso impacto.

No se lo ha contado a nadie, ni siquiera a Bela, su confidente. El recuerdo del cuerpo tendido dorsalmente no deja de venírsele a la mente, el borrador de su guión está retrasado; los de Debut están impacientes.
Se pasa horas  viendo nostálgicamente con dirección al circo. Una de aquellas tardes donde el viento moscovita parece lamerte los huesos, una sorpresiva idea asalta su mente: “haré una película sobre él…”

Un silencio pervierte al absorto público. La mujer de Lósif está en el suelo cubriéndose el rostro.  La sangre triunfa ante la presión de la mano. Lósif corre y trata de levantarla, pero antes del contacto su mujer se desvanece. La gente grita alborotada. Nadie sale de su asombro al ver que la herida del zarpazo cruza  de la frente al mentón.

-         Esa tarde, Natuska había escuchado sobre un lugar en las afueras de Leningrado donde los niños recibían alimentos. Papá no tuvo valor para prohibirnos ir allá. Recuerdo como mamá nos abrazaba y escondía su rostro lleno de lágrimas.  Pidieron a Natuska que me cuidara mucho. Salimos por la noche y aunque la nieve había dejado de caer, el frío nos aguijoneaba la planta de los pies. Todo el tiempo mi hermana me cogía de la mano muy fuerte y cuando le decía que me dolía, ella me entonaba esas alegres canciones que solía enseñarles a los niños mucho antes de que llegaran los alemanes.  Al aclararse el día, encontramos una vieja cabaña de la que se elevaba una extraña columna de humo negro. Traté de tirar de la mano de  Natuska e ir a donde venía ese olor a chamuscado, pero mi hermana me sujetó muy fuerte y me dijo –No, debemos quedarnos aquí-. Dejé de tirar porque conocía ese tono sentencioso. Estuvimos de pie un buen rato, yo abría la boca y tragaba todo el aire que podía. Mi hermana al ver lo que hacía, me tomo de los brazos y riendo me dio un fuerte abrazo. Permanecimos  así hasta que vimos aparecer a lo lejos un trineo. Lo primero que me sorprendió fue descubrir las deprimentes figuras de los tres niños que lo jalaban. Les preguntamos quienes eran y el más grande fue el único quien pareció tener ganas de respondernos –Me llamo Alexandr y estos son Yuri y Nicolái-   dijo, señalando a los que lo ayudaban –, los de atrás son mis hermanitos- y, entonces recién pude percatarme de los bultos que se acurrucaban bajo una viejísima manta.
Por la forma en que miraron la cabaña, se notaba que no comían hace días. No me animé a enseñarles la forma en que me comía el aire. Alexandr y mi hermana intercambiaron una mirada cómplice y entonces él pidió que les acompañáramos a la ciudad. Años después recién comprendí la mirada que mi hermana le dio a Alexandr, el olor que provenía de la cabaña era de carne humana. Una patrulla de soldados alemanes encontró en la cabaña a un grupo de pobladores devorando cadáveres; los asesinaron y luego les prendieron fuego junto a los otros cuerpos.
Mi hermana me subió al trineo y se ofreció para ayudar a jalarlo, a Yuri y a Nicolái parecía no importarles, pero Alexandr no se lo permitió. Él nos dijo que habíamos abandonado la mina de oro, pues  Leningrado resultaba ser el único lugar cercano en el que aún podía conseguirse alimento. Los  padres  de todos trabajaron de obreros de una fábrica de zapatos antes de irse a la guerra. No sabían si aún seguían con vida, a pesar de que Nicolái repetía hasta el cansancio que su padre se fue al Congo a traer  leones para fundar un  circo en Ucrania. Y de Nicolái, todos afirmaban que el hambre le había desorbitado los ojos y subido las tripas a la cabeza, para que hablara tanta fantasía sobre su padre en medio de ese infierno.
Caminamos todo el día, justo antes de llegar a la ciudad se desató una tormenta. Bajé a los hermanos de Alexandr y todos juntos empujamos el trineo. El arco del patín se atascó en la nieve. Todos los grandes se fueron a buscar palos al bosque. Me dejaron al cuidado de los pequeños. Esperamos un buen rato, nos acurrucamos al escuchar el sonido lejano de unas bombas. Di unas pestañeadas hasta que vi aparecer a Nicolái; traía la pierna llena de sangre. Se tendió junto a nosotros y antes de que pudiera hablarme empecé a abrir la boca y a tragar todo el aire frío que podía. Sólo veía moverse los labios de Nicolái, pero en el fondo entendía muy bien lo que me decía: “estábamos los cuatro sobre un lago congelado, de pronto el hielo se rompió y vi que tu hermana junto a Alexandr y Yuri caían al fondo, los vi hundirse agitando los brazos y de pronto ya no estuvieron más, habían desaparecido para siempre…”

¿Una película sobre ese tipo? ¿Acaso te has vuelto loca? ¿No te das cuenta que puedes arruinar la única oportunidad que te da la vida? ¿Tu madre no sabe nada de esto, verdad? Claro, cómo podría saber que todas las tardes su linda hija va al circo a observar a ese… ¿Cómo llamarlo? Quizá tú puedas ayudarme en catalogar lo que hace tu…

Gotas de sangre sobre una azulada pista de hielo. El intenso sonido del viento. Enfoques temblorosos y nerviosismo en el encuadre. Lósif se despierta. Recuerda que antes de dormirse interrogaba a enfermeras y médicos por su mujer. Todos le repetían hasta el cansancio que estará bien, que no morirá, que con una reconstrucción facial bastará; pero Lósif no puede aceptarlo, no quiere, y entonces se levanta y camina por el desierto pasillo en el que reina el silencio, un silencio que le recuerda su infancia, pero Lósif no puede llorar, así que abre la boca lo más que puede y empieza a tragarse todo el aire del lugar. Está solo, en el difuso pasillo de un hospital. La cámara se va elevando poco a poco para mostrarnos que el hospital está en medio de un bosque. Está nevando y aún se puede ver abajo a Lósif abriendo la boca. Aparece el primer crédito: “dirigido por Liudmila Grigóriev” y pasan uno a uno a todo el elenco…

Maravilloso mi niña hermosa, siempre confié en ti, Liudmila. ¿Escuchaste la infinidad de halagos? No tienes que prestarles atención a todos, es más, sólo escucha las críticas mas audaces. Esas como las que dicen que en tu película se refleja la sociedad rusa y que  la leona representa al imperio yanqui o al propio Jrushchov, esas son las voces autorizadas para hablar sobre tu película. Las otras están muy por debajo de lo que merece la mejor directora soviética de todos los tiempos. Yo siempre te lo dije, una piedra cualquiera puede llegar a convertirse en la más esplendorosa pieza de arte, todo dependerá del tallado que se le dé y de las manos del escultor, perdón,  escultora…

-         Los cuatro corrimos dejando el trineo. Nicolái parecía ser el más temeroso, yo le dije que solo deseaba buscar a mis padres. La tierra no dejaba de temblar por la cercanía de los tanques. A lo lejos, en la montaña, los soldados de nuestro país se replegaban, parecían hormigas sin su reina.
Años después me enteré que el primer bombardeo había matado a mis padres mientras hacían cola para obtener agua de una pileta en la calle. No quedaron ni sus huesos, pero en ese momento yo quería ir a ver. Después de lo que pasó con Natusca ya no tenía miedo a la muerte, quería estar con ellos. Salí del escondite y quise correr a la ciudad sobre la que aún caían bombas. ¡No nos dejes, Lósif!, me suplicó el más pequeño de los niños y dudé si tirar de su mano y correr a los brazos de la muerte o decirles que a mí fue al que dejaron, me dejó mi familia y yo tendría que alcanzarlos. No pude nada. Los tanques avanzaban hacia los extremos de la ciudad. La noche se insinuaba tímidamente, como si igualmente temiera ser bombardeada. “Ven con mi familia, viviremos en el circo con los leones” me dijo Nicolái y entonces los cuatro, juntos, esa noche dormimos bajo un bloque de acero con olor a pólvora que se metió hasta nuestros pulmones. Esperábamos que el día asomara para irnos a no sé donde, sólo esperábamos irnos quizá al África, a Ucrania o fuera del mundo.

Todos desean fotografiarse con ella. Los productores confirmaron contratos para Europa y América. Los flashes la proclaman famosa. Ella sonríe saludando a todo el mundo, pero en el fondo sabe que las cámaras no buscan retratar a la directora de tan buen filme, sino a la mujer que sobrevivió al zarpazo de una fiera y llevó esa experiencia al cine. Se pasa la mano por el rostro, palpa su inmortal estigma y entiende que esa extensa cicatriz no le quitó su belleza, al contrario, le dio un nuevo nombre, un nuevo poder. Hoy, a pesar que ve con un solo ojo y casi no tiene nariz y mejilla derecha, se siente bien consigo misma; “eso es lo importante” no deja de repetirse unas cien mil veces por día. 


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